Este fin de semana he conocido a la madre de un niño trans. Trans como diferente a cis.

Voy a intentar contarlo bien. Para mí no es fácil. Las personas cis (en latín «de este lado») son aquellas cuyo cerebro está conforme con el tipo de órganos sexuales incluidos en el cuerpo que va unido a él (el cerebro es una parte un poco rara del cuerpo que se siente con autoridad como para decidir sobre otras partes del cuerpo. En mi caso, el propio cerebro es el que «me» dice que no se gusta a sí mismo). Las personas trans son aquellas cuyo cerebro está disconforme con el tipo de órganos sexuales que vienen incorporados en su cuerpo.

Dentro de estas distinciones hay múltiples variaciones. Hay quienes hablan de problemas de identidad sexual, otras personas que se sienten trans y a su vezconformes y contentas con su cuerpo (según he leído de su propio testimonio), otr@s que se sienten otr@s.

Un universo de personas diversas. La primera vez que oí hablar de un hijo trans de pocos años fue a un padre cuando leí esta entrevista al padre de un niño trans de un pueblo de Tarragona. David Tello decía: «Existen personas transexuales que aceptan su cuerpo y deciden no hormonarse ni tratarse, pero la realidad es que la sociedad obliga a muchos a entrar en un quirófano por el binarismo social equivocado del que hablábamos anteriormente. Existen niñas con pene y niños con vulva, forman parte de la diversidad. Ojalá llegue el día en el que las personas podamos vivir dignamente sin ser juzgadas por los otros. La cirugía genital es una decisión íntima e individual que nuestros hijos tomarán cuando sean mayores de edad.»

Este fin de semana, la madre de Alexander nos contaba a quienes la escuchábamos (embobados, yo al menos) que su hijo preguntó con dos años y medio «cuándo le crecería la pistola» como a su hermano y que el día que le cortaron el pelo (pese al disgusto del padre) su hijo le dio el abrazo más delicioso de su vida.

No sé nada de estos asuntos ni quiero saber. No quiero conocer normalidades, ni diversidades. No quiero saber a qué llaman unos enfermedad y a qué llaman otros condición. Me da igual cómo nos llamen los demás, cómo nos etiqueten a todos.

Discrepo de la pretensión de David Tello de conseguir que los otros no nos juzguen. A mí me encantaría que la gente no se metiera en la vida de los demás, pero es una pretensión vana. Todos tenemos ojos, oídos y capacidad de juicio. Todos tenemos bocas y teclados para expresar lo que pensamos y juzgamos. Meterse en la vida de los demás es una condición humana tan propia como la de sentirse disconforme con el cuerpo. Entender que a los demás les puede la curiosidad y las ganas y la libertad de chismorreo y cotilleo es tan exigible como reclamar que te llamen con un nombre u otro.

Por nuestro bien, tenemos que aprender a vivir sin que nos importen los juicios de los demás. Porque no tiene sentido pretender que dejen de tenerlos. Es una pretensión vana, por imposible.

La madre de Alexander empezó a contar su experiencia porque en la misma fiesta había otra madre que contaba su experiencia como madre de un niño autista de 15 años. Mi deformación profesional de periodista me puede en estas situaciones y no puedo dejar de preguntar para saber más y más.

Y después de preguntar y repreguntar me pregunto a mí mismo. ¿Hasta qué punto podemos darles libertad a las personas cuando las educamos? ¿Hasta qué punto es bueno para un niño transexual y para un niño autista que no les pongamos límites? ¿En qué deben consistir esos límites? ¿Deben ser diferentes a los de otros hijos o no? ¿Tenemos un regla para medir estos asuntos? ¿Tiene sentido que otros adultos interfieran y se entrometan cuando no conocen los detalles? No tengo respuestas.

Hace poco, por la calle, vi que una mujer mayor increpaba a un padre por cómo estaba tratando a su hijo. ¿Tenía sentido que me entrometiera yo a su vez para poner paz o para decirle a la mujer que no se metiera en asuntos ajenos?

La madre del niño autista ha decidido llevar a su hijo de 15 años con chupete por la calle. Antes, a los niños autistas, los padres los escondían en casa. Ahora salen a la calle con la misma normalidad que el niño con vulva Alexander se cambia en los vestuarios con los niños de su clase. Y muchas personas mayores miran el chupete del niño de 15 años y lo señalan. ¿Y qué? Igual que unos llevamos chupete por la calle otros podemos señalar.

La transformación se da en la calle, en las redes sociales, en los colegios. A la vista de todos y con interacción de todos. El día del orgullo gay ha sido muy beneficioso. Todos fuera del armario. Ya no nos escondemos en casa. Es la única transformación posible, la que es de todos con todos. En la que todos miremos los penes y las vulvas de los demás con normalidad absoluta, los critequemos con normalidad absoluta y presumamos de ellas con toda tranquilidad. Igual que presumimos y nos acomplejamos de nuestros cerebros o de nuestra capacidad para correr los 100 metros lisos en 20 segundos.

Gracias madres. Gracias por hacer de una fiesta especial, una fiesta especial. Fue un placer conoceros.