En 2008 una amiga mía, directora de comunicación de una marca de coches, me decía: «Lo que te pasa a ti es que quieres que la crisis dure mucho».

Yo opinaba en 2008 que la crisis iba a ser larga. Pero no larga de 5 años, sino larga de 15 o 20 años. Yo opinaba que no estábamos en crisis. Opinaba que habíamos vuelto a la realidad. Sigo opinando que la realidad actual, con pequeñas mejoras que se producirán con lentitud, durará muchos años. No hay ningún motivo para pensar lo contrario. No hay una sequía «spaventosa», no hay una epidemia que se curará, no hay… ningún motivo que nos impida crecer. ¿La falta de crédito?. La falta de crédito es una excusa barata que utilizamos quienes tenemos poca imaginación. ¿Sabríamos qué hacer con el dinero salvo comprar casas? Si hubo una burbuja no fue solo porque hubiera mucho crédito barato, sino porque no teníamos mejores alternativas para invertirlo que el ladrillo. Hasta que reventó. (La situación con el crédito en España perjudica la economía. Es necesario que haya crédito de forma razonable. No estoy diciendo que sea buena la situación actual con el crédito. Es necesario que nos arriesguemos y nos equivoquemos y para eso es necesario que haya crédito. Yo nunca lo tuve de los bancos, por cierto)

Más o menos la mitad de mis amigos interesados por la economía defienden en estos momentos un presupuesto menos restrictivo. Dicen que si no se incrementa el gasto y la inversión, el paro aumenta, el Estado ingresa menos y no hay forma posible de salir de esta recesión.

La otra mitad de mis amigos (más o menos) defiende que incrementar el gasto y la inversión supone incrementar el endeudamiento y generar un círculo vicioso, porque con mayor endeudamiento la deuda crece más por sí misma, debido a los altos intereses que tenemos que pagar. Inversión sí, pero inversión que permita generar riqueza para pagar los intereses.

Los del primer grupo, los que defienden que se gaste más, dicen que, además, tenemos que convencer a los europeos «ricos» para que nos ayuden y cambiar la regulación de los mercados para que quien nos presta dinero (el mercado) no pida unos intereses tan altos.

Los del primer grupo ponen de ejemplo a EE.UU. Ellos están saliendo de la crisis porque gastan más, dicen. Algunos de los del segundo grupo dicen que si hubiéramos tenido un mercado laboral como el de EE.UU. en las últimas dos décadas, tendríamos mejores posibilidades para afrontar esta situación.

Unos y otros miran a EE.UU. para ponerlo de ejemplo que sustente las teorías que defienden, a la vez que olvidan la parte que no les sirve para sus cuentas.

Mis amigos, y por eso son mis amigos entre otras cosas, elaboran sus teorías pensando en el bien de la mayoría, en lo que le interesa a España como conjunto de ciudadanos y no lo que pueda beneficiarles a ellos de forma personal. Ninguno ellos piensa de una u otra forma para fastidiar a otros. Piensan, lo mejor que saben, para aportar ideas que puedan permitir afrontar esta situación difícil por la que pasamos.

¿Qué pienso yo?

Yo pienso que, como he dicho arriba, no estamos en crisis. Yo pienso que, desgraciadamente, no hay ningún factor coyuntural que vaya a desaparecer y que nos permita estar claramente mejor en un futuro cercano. El petróleo no va a bajar de precio, no hay sequía salvaje, el Euro no se va a devaluar artificialmente, no vamos a romper los lazos económicos y políticos con Europa, el resto de países no va a subir los precios para que nuestras exportaciones sean más competitivas, las familias no van a endeudarse más, por lo que el consumo interno crecerá despacio… La pérdida de dinero causada por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria es espeluznante y sólo podríamos recuperarlo con otra burbuja de dinero fácil. Los hados lo impidan. Es una pérdida de riqueza ficticia, que es aquella que genera la inversión improductiva. Un piso vacío, inutilizable e invendible no es riqueza

Yo pienso que tenemos que elaborar políticas de largo plazo, no otro parche más en función de por dónde sopla el viento. Ni austeridad descontrolada ni gasto desaforado. Déficit razonable, si los que nos prestan los dineros nos lo permiten.

El dinero no genera riqueza. Nunca la ha generado. De nada sirve darle a la máquina del dinero o a la deuda (es lo mismo). Y lo que necesitamos es riqueza. Si fuera tan fácil como generar dinero o deuda, los problemas estarían resueltos. Todos sabemos que no es así. El dinero ha dejado de ser un activo valioso. No hay escasez de dinero. Lo que hay es escasez de petróleo, de energías a buen precio. Y no va a dejar de haberla a medio plazo. Hay dos datos que ponen los pelos de punta: el precio del petróleo en esta coyuntura de crisis mundial y la tasa de inflación española con la tasa de paro de este país.

¿De qué puede servirnos a los españoles incrementar el déficit si no tenemos claro en qué gastárnoslo de forma productiva? Gastar más es muy fácil. Subamos las pensiones, los sueldos de los funcionarios y el pago a los desempleados. Hay muchas personas que creen que tendría sentido y se quejan de que el gobierno no aplique estas medidas tan sencillas que no perjudicarían a nadie.

He leído a quien opina que la situación actual de recesión económica y de presión de los mercados beneficia a determinados sectores y que por eso no se cambian las políticas. Se trata de beneficiar a unos pocos en perjuicio de la mayoría. ¿Quiénes son esos pocos que tienen tanto poder que atenazan a los gobiernos? ¿Los mercados? Pues si son los mercados somos nosotros, porque en los mercados el dinero que hay es el del plan de pensiones de nuestro padres. ¿Quién de nosotros se arriesga a prestar su dinero a Italia en la situación actual? La inmensa mayoría no.

Nadie duda de que para reducir el paro e incrementar los ingresos del Estado es necesario crecer. Crecer significa generar riqueza, que no tiene nada que ver con endeudarse. La cuestión es cómo hacerlo. El candidato a la presidencia francesa propone un Plan Marshall Europeo. A diferencia de la segunda guerra mundial, en Europa no estamos en la situación actual por motivos ajenos al dinero. Al contrario, hemos agudizado esta situación (a la que hubiéramos llegado igualmente por otros caminos) por una sobreabundancia de dinero. ¿Qué hacemos con un Plan Marshall? ¿En qué lo invertimos?

Competimos cada vez más con países que tienen peores infraestructuras que las europeas, peores servicios sociales, peor sistema educativo y sanitario. ¿En qué infraestructuras tenemos que invertir para superarlos? ¿Qué nos falta para ser mejores que ellos?

En los últimos años hemos «invertido» mucho. Hemos invertido en mausoleos porque no sabemos en qué invertir, porque no sabemos cómo rentabilizar el dinero. La corrupción puede existir también en inversiones rentables. La corrupción es un grave problema, pero no creo que sea la causante de las inversiones inútiles.

Es un problema generalizado en occidente. Salvo unas pocas empresas punteras, en la mayoría de sectores la rentabilidad de las inversiones roza el cero absoluto. Quienes partían de mejores posiciones en la industria, tienen más recursos para afrontar esta situación. Quienes partíamos desde cero, lo tenemos imposible para remontar.

La competencia es tan grande y tanto el dinero que busca rentabilidad, que en cuanto una empresa es mínimamente competitiva aparecen cuarenta para competir. ¿Cuánto se ha pagado por Instagram? ¿Tendría sentido pagar esas cantidades si hubiera escasez de dinero o si hubiera muchas posibilidades de rentabilidad en el mercado? Hay mucho ahorro en el mundo, de las pensiones de muchas generaciones, y no sabemos cómo invertirlo para obtener rentabilidad. La alta competencia reduce los costes para los ciudadanos y también la rentabilidad para las empresas.

En España tenemos un altísimo desempleo con el que no vamos a acabar en pocos años. No hay milagros posibles. No tenemos una industria exportadora potente y nuestra capacidad de consumo está agotada. A medida que aumente la confianza, el consumo crecerá pero no hay ningún motivo que permita pensar que lo hará de forma enérgica.

Como previó Alfonso Guerra en el año 82, «a España no la conoce ni la madre que la parió». De no tener infraestructuras hemos pasado a que las infraestructuras se nos salgan por las orejas. Somos un país de nuevos ricos. Salimos pobres de la democracia y durante décadas hemos jugueteado con tocar el oro como si no nos lo creyéramos. Durante muchos años los fabricantes de coches se sorprendían de que España era el país de toda Europa en donde se vendían los coches mejor equipados, las versiones más caras, el equipamiento más completo.

La austeridad, que tradicionalmente era un valor de la izquierda, o al menos de la izquierda que yo leía cuando era joven, ha desaparecido como valor. Hemos puesto esperanzas desaforadas en el dinero. Demasiados años de pobreza nos han hecho pensar que el dinero nos iba a llevar a la felicidad. Cultura del pelotazo, gasto irrefrenable, compras para ser feliz…

En España no somos pobres. Tenemos una renta per cápita elevada. Mal distribuida, porque existe una gran cantidad de la población en paro, una gran cantidad de la población con salarios bajos y otra gran cantidad de la población que se ha visto muy poco afectada por la caída de la actividad económica. Tenemos un mal reparto de la riqueza, principalmente a causa de una reglamentación laboral que ha dividido el mercado de trabajo entre quienes lo tienen blindado y quienes no pueden romper esos blindajes. Pero, teóricamente, no somos pobres.

Aun así, tenemos un futuro difícil. Mucha juventud en el paro que no está acostumbrada a esta situación porque durante su niñez y adolescencia han vivido en la abundancia. Juventud mimada por «unos padres», como decía Serg en este comentario, que «han criado a sus hijos con ideas de nuevo rico en la cabeza, pensando que en esta vida hay que estudiar algo “que tenga salida” para conseguir un trabajo por el que le paguen a uno mucho dinero (…) Nadie habla de aportar valor».

Vivimos en una época de contrastes intensos. Tener un ordenador y conectarse a internet, o tener un televisor que ocupa toda la habitación, tres o cuatro televisores por casa, equipos de música de alta fidelidad, teléfonos para hablar con el mundo por cuatro euros… Cualquiera de las personas que pide dinero en la calle tiene un móvil. Hace 20 años sólo tenían teléfonos móviles las personas acaudaladas, en las que un móvil costaba más que el sueldo mínimo anual.

A diferencia de mis amigos, no veo soluciones a nuestra situación. No es ninguna solución gastar mucho y tampoco lo es ahorcar la economía. Un presupuesto austero pero no irrespirable es necesario. Austero significa recortar en miles de pequeños gastos improductivos y en miles de salarios injustificados. Esos recortes implican crecimiento del paro. Pero no tiene ningún sentido que el Estado pague salarios improductivos, porque no benefician a la economía en ningún modo.

Tenemos que buscar formas de generar riqueza. Pero no hay una solución única para esa búsqueda. No hay recetas. Es responsabilidad de todos encontrar nichos. Esa tarea no la puede hacer el Estado. Tenemos que encontrar huecos en los que aportar valor, en buscar negocios que no existan o mejorar otros existentes. Una tarea ardua, que nos llevará muchos años.

Claro que hay esperanza. La esperanza es asumir la realidad y prepararse para vivir en ella. A diferencia de lo que me decía mi amiga, yo no deseo que la crisis sea larga. Ni corta. No tengo deseos con relación a esto. Mis deseos, en esta situación, no sirven para nada y, como no es una cuestión de afectos ni de sentimientos, no deseo nada.

Tengo que intentar entender lo que sucede, saber qué puedo esperar y prepararme para lo que viene de la mejor forma posible. Ese intento que conocemos tan bien en nuestros gobernantes de negar la realidad para generar confianza es un disparate monumental. Lo que genera es desconocimiento y falsas esperanzas. La confianza ayuda a mejorar si solo si hay motivo cierto para la confianza. En otras circunstancias, la confianza ayuda a despeñarse.