No estoy seguro de que los ciudadanos este país queramos acabar con la corrupción. Y seguramente sea beneficioso que no acabemos con ella.

No somos exigentes cada uno consigo mismo, ni con nuestros amigos y familiares ni con los políticos. A mi juicio no hay diferentes niveles de corrupción. Tanta corrupción es defraudar a la hacienda pública por una factura pagada sin IVA como quitarle ese dinero a la hacienda pública con posterioridad. El dinero que no pagamos es tanto de todos los españoles como el que sustrae quien tiene capacidad para sustraerlo.

Quien paga una factura sin IVA al cerrajero (yo lo he hecho muchas veces. Decidí dejar de hacerlo hace unos años) defrauda todo lo que puede, con la tranquilidad de que no van a pillarle.

¿Por qué nos planteamos la posibilidad de defraudar? Supongo que por muchos motivos. Sorprendentemente no nos planteamos robarle la cartera al vecino en el restaurante, pero sí nos planteamos obligarle a pagar más impuestos porque nosotros vamos a intentar pagar menos. La excusa es fácil: todo el mundo lo hace.

Uno de los motivos es que resulta fácil encontrar justificaciones racionales.

Por ejemplo, a mi juicio, tiene poco sentido que una empresa pueda desgravarse el IVA por la reparación de una cerradura de la puerta y no pueda hacerlo un particular. Tanto Valor Añadido aporta al país que yo pueda entrar en la redacción todas las mañanas como que pueda entrar en mi casa por la noche para descansar. Lo mismo pasa con las bombillas que utilizo en la redacción para ver como las que utilizo en casa para cocinar. La frontera es complicada de trazar, pero tendríamos que replantearnos la fiscalidad. En la vida personal también hay inversiones. Me resulta difícil de entender a qué criterio obedece que tenga que pagar el IVA por la lavadora que tengo en casa y por qué no tengo que pagar el IVA por un ordenador que utilizo en la empresa. Mi casa es una empresa que da valor añadido, con otros ingresos y gastos que los de la empresa. Un ama de casa da valor añadido, hay que cuantificar su salario y deducir el IVA en las compras en las que incurra esa sociedad familiar para sacar su empresa adelante.

Esta dificultad para entender el impuesto ayuda a buscar justificaciones para no pagarlo.

La corrupción de los particulares no tiene sólo que ver con el IVA. En la época actual, con elevado desempleo, conozco a muchas personas que cobran el paro y que hacen «chapuzas adicionales» para redondear el presupuesto. ¿Qué hago, los denuncio?

Todos, empresas, trabajadores y ciudadanos buscamos fórmulas para encajar las chapuzas y los pagos. A las empresas nos va bien disponer de esas cabezas pensantes y de su mano de obra de forma esporádica y a ellas les va bien ingresar un poco más para complementar el subsidio. Las fórmulas que existen para hacerlo de forma legal son imposibles. A los desempleados no les compensa darse de alta en el régimen de autónomos, con todo el papeleo y gasto que acarrea, para ingresar unos cientos de euros y los contratos laborales que existen son demasiado rígidos y complicados para dar cobertura a esas transferencias esporádicas de conocimiento de un cerrajero, periodista o albañil. Casos similares de dan con personas jubiladas, de las que podríamos obtener mucho rendimiento en beneficio mutuo si encontráramos la forma de organizar bien sus aportaciones al bien común.

Para terminar con la corrupción, las leyes tienen que ser flexibles, pero nuestro marco jurídico pretende encajar todos los supuestos en casillas contractuales que no se adaptan a las necesidades de unos y de otros y que casi obligan a la corrupción. La economía sumergida flota como un magma que recubre todos los huecos de las rigideces económicas y permite que este país sobreviva a la crisis sin revueltas ni vandalismo. Muchos percibimos que esa corrupción es buena o que al menos tiene muchos aspectos positivos. Si la tasa de paro fuera real y no hubiera economía sumergida la situación social de este país sería insostenible.

Pero cuando la corrupción se extiende como un magma, y en algunos aspectos parece beneficiosa, acotar sus fronteras es difícil. Si no denuncio a un amigo que comete irregularidades, tampoco voy a denunciar a uno menos amigo que las comete más gordas. La bola se agranda y, casi sin querer, todo empieza a ser justificable.

Para desterrar la corrupción tenemos que legislar adecuadamente. El origen de las mafias del narcotráfico está en las leyes que prohiben el consumo y la adquisición de droga a los adultos. Muchas de las corrupciones pequeñas comienzan en leyes que no se adaptan a la realidad social, a la demanda y a la oferta.

Otras muchas corrupciones se deben a atavismos culturales. El corporativismo, por ejemplo, es un caso aceptado de corrupción. No se denuncia a un colega por defraudar a la hacienda pública, faltaría más, y mucho menos por dejadez profesional. Mucho menos a un amigo o a un hermano. Hasta ahí podíamos llegar. No se dice en público las cosas que hacen mal nuestros compañeros de pupitre. Incluso en clase desde pequeños nos han enseñado a no chivarnos de que un compañero de clase copia. Un alumno que se chivara de que su compañero copia recibiría el oprobio de sus compañeros de clase.

Los niños pequeños no son así. De natural se chivan de que sus hermanos, amigos de juegos en el parque o señores mayores, han cruzado el semáforo en rojo o de que les han sacado la lengua. Los padres los domamos para que no se chiven, para que no hagan público lo que consideran que está mal hecho. Ser chivato es «lo peor» en esta sociedad.

No denunciar la corrupción sea quizá más cómodo que denunciarla. Mirar para otro lado y callar. Quizá sea una forma fácil de vivir. A mí no me gusta. Prefiero la rigidez de la norma. Me siento más tranquilo con ella que con el magma. Aun así, a veces me sumerjo en el magma cuando la norma me ahoga.

Soy partidario de altas penas para los corruptos. También soy partidario de una sociedad que no transija con la corrupción. Con una sociedad en la que busquemos soluciones para que este «magma necesario» de flexibilidad se genere de forma legal, sin tener que sumergirlo para que nadie lo vea.

Tenemos que legislar de otra manera y supongo que también tenemos que educar mejor a nuestros hijos. Me resulta muy extraño que les eduquemos a no denunciar lo que les enseñamos previamente que es malo. Pegar está muy mal, pero también está muy mal contar que te han pegado. ¿Por qué? ¿Somos capaces de entender eso cuando somos niños? Yo no. De mayor, tampoco.