El agua hierve a 100 grados centígrados en un cazo abierto (o a los que sea) y por mucho calor adicional que le demos nunca pasará de la temperatura de ebullición. Hervirá más deprisa, pero no subirá de temperatura.

Esta información, que la sabemos todos desde pequeños, se nos olvida delante del fuego. Casi mejor, porque tenerla presente siempre me ha convertido en un maniático. Mi chica me reñía cada vez que bajaba el fuego (por eso me dejó creo yo). En cuanto entro en una cocina y veo el agua hirviendo a borbotones, bajo el fuego. No lo puedo resistir. A continuación me toca explicar que no sirve de nada que el agua hierva mucho, con grandes burbujas, que los huevos no se pondrán duros antes por mucho que hierva el agua, ni tampoco el arroz.

Es posible que para cocinar algunos tipos de pasta sea necesario que el agua hierva con gran tumulto y también es posible que sea necesario para reducciones. Lo que yo propongo no incluye consumir menos gas para cocinar peor, sino consumir menos para cocinar igual de bien. Bajar el fuego cuando se pueda y dejarlo alto, que fluya la energía, el calor y los borbotones cuando sea necesario.

Ahora que llega el invierno, no se trata de pasar frío en casa, pero tampoco de ir con manga corta, ni de abrir las ventanas porque no hay ser humano que resista con la calefacción central echando fuego.

En definitiva, gastar menos y mejor. Porque desperdiciar la energía no beneficia a nadie.

Sé que soy un maniático, pero ¿no es normal serlo en estos asuntos?