A finales de julio tuve un día infortunado en mi relación con los coches. Lo titulé «Freno de mano (1 de 2)«. Hoy saldo la deuda pendiente.

Cuando fui a devolver el Volkswagen EOS a sus propietarios (apesadumbrado por mi incompetencia y por los daños infligidos al coche), Ana Rivas, que trabaja en el Departamento de Comunicación de Volkswagen, me contó con la sonrisa y amabilidad de siempre, una anécdota para tranquilizarme y restar importancia a lo que que me había pasado (con su coche).

«¡¡Bueno!! ¡Esto no es nada! —me dice cuando ve los desperfectos—. Pensaba que lo habías dejado sin maletero. Estos añaracitos en el paragolpes no tienen importancia. Mucho peor fue lo que le pasó a una amiga mía. Se bajó del coche, con los niños dentro, a sacar la compra del maletero. Cuando estaba detrás del coche, en una pendiente fuerte, uno de los niños soltó el freno de mano y mi amiga se quedó aprisionada entre los dos coches, con las piernas rotas, el portón abierto y los niños dentro del coche. Imagínate la angustia.»

Ana me dejó muy tranquilo. Aunque mi despiste y la situación de su amiga no tenían nada que ver con lo que me pasó a mí, me sentó bien que me lo contara. me sentí menos culpable (Soy un facilón). En los arañazos que le hice al paragolpes (con pintura de Nissan Micra como dice miguel-2) no había sangre ni restos de piernas rotas.

El comentario de Ana me recordó inmediatamente a mí, cuando tenía siete años más o menos. Quizá ocho. Con toda seguridad menos de diez. En fin, que mi padre dejó el Seat 1430 matrícula T-68660 o T-68866 (estoy tan seguro de la matrícula como de la edad que tenía, pero no voy muy desencaminado. Tuvimos otro que era T-7606-A y creo que me lío. O quizá 68666. ¿Por qué me acordaré ahora de estas matrículas de cuando era pequeño? Y otro que era T-65136. Qué disparate de memoria. Por qué no me servirá para cosas más útiles. Menudo fogonazo de matrículas acabo de tener.) En fin que el 1430 era de color verde y estaba en una pendiente aparcado, en un camino de montaña, al lado de una casa en la que estábamos de vacaciones o de fin de semana.

Volvíamos para casa (el lunes al cole), mis padres acabando de recoger dentro de la casa, cerrando las puertas y los cuatro hermanos estábamos ya dentro del coche, esperando a que subieran ellos. En aquella época el coche no tenía ni reposacabezas ni cinturones de seguridad en las plazas traseras. Yo nunca fui en sillita de niños, ni mis hermanas.

Como me aburría (supongo), me puse a jugar con la palanca de cambios. Quité la marcha y dejé el coche en punto muerto. Mi padre no había tirado del freno de mano. Yo estaba entre sentado y de pie, en el asiento de atrás, hurgando entre los respaldos de los asientos delanteros. El coche empezó a deslizarse hacia abajo. Yo no me di cuenta. Fue una de mis hermanas, que miraba por la ventanilla, quien vio que el coche se movía.

Mis hermanas son mayores que yo, pero por aquella época ninguna sabía nada de cómo funcionaba un coche. Me gritaron inmediatemente «¡Javi, Javi, que el coche se mueve!». Tiré del freno de mano con toda mi fuerza y el coche se paró. Apenas había ganado velocidad. No pasó nada.

Toda la familia me felicitó mucho. Y se felicitaron mucho de que me gustaran tanto los coches y de que supiera cómo actuar en una situación así. Nunca dije que la culpa había sido mía por jugar con la palanca de cambios (Le debí pegar un buen meneo a la palanca para quitar la marcha atrás, que supongo que es la que dejó puesta mi padre).

Moraleja.

No se olviden nunca de tirar del freno de mano. Y, sobre todo, no dejen nunca a niños sueltos dentro del coche. Al menos, no por descuido. Entiendo que los deje a todos subidos y que usted desaparezca sigilosamente. Prometo no decírselo a nadie. Otra posibilidad es enseñarles a los hijos dónde está el freno de los coches. En alguna ocasión les puede ser útil. Aunque de mayores se olviden de ponerlo.