En el ensayo «Reformemos el Islam», su autora, Ayaan Hirsi Ali, se pregunta en el capítulo séptimo: ¿Es el Yihadismo curable? Y cuenta como Jessica Stern, en un artículo, relata el programa de rehabilitación de yihadistas violentos en Arabia Saudí.

Al leer la pregunta de Ayaan Hirsi Ali inmediatamente se me ha desviado el pensamiento hacia una de mis obsesiones ¿Es curabble la fe de quienes creen en las pseudociencias? Y, paso inmediato, mi cerebro me ha llevado a simplificar ¿Es curable la fe?

Hay muchas teorías sobre la necesidad de creer del ser humano. Los presocráticos dieron los primeros pasos hace casi tres mil años para dejar de explicar la tierra con mitos, dioses e imaginación y se empeñaron en buscar explicaciones que pudieran comprobarse mediante la observación. Es el paso del mito al logos y el inicio de la filosofía.

Pero ese paso que iniciaron en occidente los presocráticos no es un paso sin retorno. Recordemos a Eratóstenes y su cálculo sobre el diámetro de la tierra. Su sabiduría, su capacidad de cálculo precisa (aunque él no pudiera comprobar que fuera cierta) se perdió. A Eratóstenes había que creerlo, porque no había forma de comprobar la veracidad de sus cálculos. Ptolomeo «creyó» a Posidonio de Apamea, sus cálculos debieron de parecerle «mejor pensados» y durante muchos siglos, entre quienes «creían» que la tierra era redonda, se propagó el error.

La fe no obliga a creer ideas y conceptos falsos. Yo «creo» que la tierra es redonda. Nunca lo he comprobado. Estoy casi completamente seguro de que mi creencia se corresponde con la realidad. No lo he comprobado, pero tengo voluntad de verdad, y leo a quienes dicen que sí lo han comprobado y todas las piezas encajan. La explicación es completamente verosímil y hasta me enseñan fotos que dicen que son de satélites que dan la vuelta a nuestro planeta. Me lo creo.

Del mismo modo, creemos (quien crea) en un dios creador, especialmente cuando uno es pequeño, porque el pensamiento mágico de los niños no hace preguntas incómodas (o no determinantes, al menos). Pero la fe no se limita sólo a creencias que permiten explicar la naturaleza. La fe también alumbra caminos de esperanza. Por ejemplo, creemos en la posibilidad de una convivencia civilizada, creemos en la posibilidad de repartir la riqueza sin perjudicar a los que menos tienen, creemos en métodos curativos para casi todas las enfermedades basados en la voluntad, creemos en milagros, creemos en la capacidad de las leyes para cambiar la sociedad, creemos en los políticos y en las promesas que nos hacen, creemos en la tecnología y en su capacidad ilimitada para solucionar los problemas del ser humano, creemos en la autoridad de quien ha estudiado sobre cualquier asunto más que nosotros y le damos pábulo… Creemos en general.

«Ten fe» es una expresión cotidiana. ¿Fe? ¿Por qué es bueno tener fe? ¿De qué sirve? Fe en los médicos, fe en el devenir que todo lo soluciona, fe en la bondad humana, fe. A saber en qué. Ten fe (en que todo se arreglará).

Frente a la fe, que yo sepa, sólo existe el método científico. El método al que apuntaban los presocráticos y al que Descartes puso nombre. «El discurso del método». Digo el método científico por resumir, el método científico (que incluye muchos métodos diferentes) como concepto de experimentación, prueba, verificación y repetibilidad.

Es sorprendente, para mí, porque hay quien habla de la fe en el método científico, cuando el método científico es precisamente lo contrario a la fe: «Si no lo veo no lo creo» (con todas las dificultades que implica saber qué significa ver a través de sistemas de medición diseñados por el hombre, con herramientas diseñadas por el hombre y cuánto interfieren esos propios sistemas de medición en la propia «vista».)

Hay una hipótesis, directamente ligada al psicoanálisis, que a mí me fascina. Por resumir, en mi lenguaje, la hipótesis es como sigue: «La palabra es el bisturí con el que podemos operar algunas de las enfermedades psíquicas del cerebro». Es una hipótesis tan sugerente y tan enamoradora para los que adoramos (¿adoramos porque tenemos fe?) las palabras. Una hipótesis de este calibre despierta la fe de forma inmediata. Sin embargo, por sugerente que sea, su potencia puede ser equivalente a cero si no se muestra cierta, tarea por otro lado imposible porque no hay forma de aplicar un método de verificación científica a este asunto, o al menos ess lo que decía Popper. (Y por tanto, hay que poner en cuarentena. «Si no lo demuestro, no lo sé»)

Con todo, lo que me preocupa, no es por qué existe la fe (según mis sensores es un hecho incuestionable) y por qué la fe está tan extendida en todos los sectores del pensamiento humano. Lo que me preocupa es si existen métodos para rehabilitarnos, si existen métodos para curar la fe.

Cuando discuto con personas que defienden la homeopatía o el reiki, me planteo cuál es el método más adecuado para hacerles ver que están equivocados. No es fácil, porque ellos están convencidos de que quien está equivocado soy yo. Y su punto de vista es exactamente el mismo que el mío, pero al contrario. ¿Qué hacer?

Leo, con frecuencia, a científicos que desprecian a personas que creen en la homeopatía y teorías similares por su capacidad para sanar y curar. Los científicos no tienen paciencia para consentir lo que ellos consideran chorradas o intereses oscuros. No ocurre sólo con la homeopatía. Cuando yo digo: «Dios no existe», los creyentes se sienten despreciados, atacados y dolidos y lo único que consigo al decirlo es acrecentar su fe y su renuncia a considerar otras posibilidades. Está claro que mi objetivo no es ese. Mi objetivo es que utilicemos el método científico y que si no podemos demostrar que dios existe, lo pongamos en cuarentena (en beneficio de todos).

La otra posibilidad es discutir punto por punto. Por ejemplo, decir que toda la fe en Dios se basa en un libro escrito hace miles de años, por seres ingnorantes, que ni siquiera sabían que la tierra era redonda, ni sabían que existían los principios de la termodinámica, que podía existir la penicilina y que la edad del universo (parece ser) ronda los 14 000 millones de años (a saber qué significará eso, especialmente con un tiempo tan deforme en los primeros instantes :). ¿Puede ser La Biblia, El Corán o cualquier otro libro tan antiguo fuente de sabiduría y verdad para algún conocimiento actual?

Porque, ¿de verdad es la fe algo más que una superstición infundada, una creencia formada en nuestro interior sin ninguna prueba externa? ¿Es algo más que un autoengaño?

Yo estoy convencido firmemente de que lo es y no veo posibilidad de que sea otra cosa. Pero de nada sirve que yo esté convencido si otros no lo están.

No lo están y no lo entienden quienes tienen fe, por ejemplo, en que hay métodos alternativos a las vacunas. Y, yo, por ejemplo, tengo fe (creo, porque no lo he comprobado científicamente) que las vacunas sí funcionan. ¿Por qué? Porque me han explicado cómo funcionan y, aunque no lo he comprobado nunca personalmente, entiendo su funcionamiento y veo que dan buenos resultados para aumentar las defensas contra los virus (qué bichos más especiales, por cierto).

Al contrario de la opinión generalizada, la mía es que la formación no es un antídoto contra la fe y las creencias. Conozco a muchas personas con muchos estudios que están convencidas que el Reiki les puede sanar, personas que hablan de energía como si hablaran de la «varita mágica» de Cenicienta.

Al final de una discusión con un «fakir» pro-homeopatía, el sujeto en cuestión me dijo: «como dicen en Colombia, «sabéis tanto que sabéis a mierda».

Para mucha de estas personas el conocimiento deshumaniza. Hablar de termodinámica en lugar de hablar de dios, de posibilidades reales en lugar de esoterismo o de espiritualidad, deshumaniza. Saber, llevado al intento de demostrarlo todo, supone ser un mierda.

Yo me considero tan humano como el que más y me gustaría explicar a mis amigos, y que lo entendieran, que rezar es equivalente al vudú que ellos desprecian. Que puedo ser un mierda, pero que no tenemos más herramientas que las de medir para saber, para tener conocimiento. Que todo lo que no medimos, que todo lo que queda fuera de la ciencia, del método científico, puede ser muy sugestivo, pero que como humanos limitados que somos, privados de superpoderes para ver en las tinieblas y en el interior de los objetos, tenemos que tratarlo de forma metódica y meticulosa, con un método pegado al suelo, sin fuegos artificiales, para conocer la verdad.

¿Cómo sabemos quiénes son los científicos serios y quiénes los mentirosos? Pues para eso no tenemos herramientas suficientes. Yo al menos no las tengo. Hay científicos laureados que engañan a sabiendas.

El escepticismo no es un fin. Es un camino, un proceso, dice mi amigo Retiario.

Lo único que sucede es que me gustaría encontrar un método para convencernos los unos a los otros cuando estamos evidentemente equivocados. El desprecio hacia los que tienen fe, hacia los que «creen» que la homepatía cura enfermedades como el cáncer, es contraproducente. Lo veo todos los días. Sin embargo, ¿Qué herramientas tenemos para convencer de la verdad científica a quien no quiere conocer y quiere seguir creyendo? (Hablo de quienes creen de verdad, no de quienes utilizan la fe de otros para enriquecerse sin voluntad alguna de verdad)

¿Existe alguna herramienta para conseguir que los humanos dejemos de tener fe? Si no la hubiere, ¿existe alguna posibilidad de evolución? ¿Es la fe lo que nos hace humanos? Carl Sagan decía algo así como que el primer logro del ser humano es la duda y que el primer error es la fe. Pero la fe en el ser humano es muy anterior a la duda, tanto en la humanidad como en cada individuo. ¿Es curable?