Hoy ha muerto vuestro hijo.

Sé que estáis tristes. Sé que tenéis motivos para estarlo.

Pero también sé que tenéis motivos para estar orgullosos.

Sois unos gigantes. Los dos. Víctor estaba feliz y orgulloso de vosotros, sus padres, porque gracias a vosotros ha disfrutado mucho de su vida.

Ha vivido 34 años llenos de vida. Son pocos, lo sé, pero como yo imagino que diría Víctor, «son los que son». Ese «Yo soy práctico» que utilizaba Víctor a menudo, es una bendición. De nada sirve pensar en lo que pudiera haber sido. De nada sirve pensar en las auroras boreales que teníamos en la cabeza por cumplir.

La realidad de esos 34 años ha sido envidiable. Se sentía orgulloso de vosotros porque se sentía orgulloso de sí mismo. Me lo contó mil veces durante el viaje: «Todo es gracias a mis padres. Gracias a mis padres no me siento discapacitado y gracias a ellos estoy aquí, en un viaje de diez mil kilómetros para ver auroras boreales. La educación que me dieron, desde muy pequeño, hace que sea como soy». Casi le oía los latidos cuando lo decía.

Víctor era un gigante porque vosotros sois unos gigantes. Le habéis dado una vida divertida y feliz, en su cuerpo rebelde, como su cabeza. El orgullo, cuando hablaba de vosotros, le rebosaba.

Poquísimas veces he oído a alguien hablar con un amor tan profundo, tan delicado y tan poderoso como el que expresaba Víctor cuando hablaba de sus padres y amigas y amigos. Víctor quería con fuerza. Lo sabéis. Por eso, aunque entiendo que estéis tristes, os pido que penséis también en lo maravillosos que han sido estos 34 años, porque tenéis motivos para estar orgullosos y felices por ellos.

Hoy es un día triste. Muy triste. Pero estos 34 años tienen que haber sido un escándalo de satisfacción para vosotros. Por eso, en lugar de tristeza, estoy seguro de que pronto estaréis muy felices por todo lo que habéis conseguido.

Mil gracias por hacerlo tan bien. Os envío un abrazo con este cuerpo mío que, como sabéis, siento que también es un poco de Víctor.