La enorme cena y borrachera de ayer me ha dejado una resaca vana, el conocimiento de este blog (gracias Iker) y un regusto de felicidad pegado como una pastilla a la parte inferior de la lengua.

Al leer hoy la entrada en el blog que enlazo arriba, que se titula ‘De Arcadi Espada, Rosa Regás, el aborto, los adolescentes y la empatía’ he pensado que me hubiera gustado escribirla a mí. Mejor dicho, he pensado que podía haberla escrito yo, aunque sea mentira, porque hay algunas cosas de las que  están escritas que yo no tengo capacidad para escribir. Escribí sobre este asunto en la entrada que se titulaba «El argumento de Gallardón es impecable«.

Me hubiera gustado escribir a mí la entrada que firma Pablo Echenique porque llevo muchos años dándole vueltas al significado de lo que llamamos discapacidad, minusvalía y siempre que hablamos sobre el aborto malformación del feto o riego del malformación.

Desde muy joven he sido consciente de tener lo que mi hermana Elena, uno de los médicos de mi familia, llama malparidosis congénita. Mi cuerpo, aparentemente «normal» (qué jodido es el abismo del idioma. ¿Qué será un cuerpo normal?), tiene multitud de taras, de pequeñas taras, de mayor o menor importancia. He pasado casi una decena de veces por el quirófano, con anestesia general, para intentar subsanar estos errores de fabricación, pero sigo dando fallos. Una pierna más corta que la otra, una piel de pacotilla, un estómago que va a tirones, articulaciones de mentira y un cerebro renqueante han hecho toda mi vida que mi capacidad atlética ronde el cero absoluto y mi capacidad intelectual sea una montaña rusa ingobernable.

Por eso, hoy al leer el blog que se llama «De retrones y hombres» me he dado cuenta de que yo soy un retrón. Yo soy uno de ellos, uno de esos que no somos «normales». Las retronalidades de uno son diferentes de las retronalidades de otros, pero si me tengo que encuadrar en un grupo, si me tengo que sentir de un grupo (¿Me tengo que sentir de un grupo? ¿Alguien se tiene que sentir de un grupo?) prefiero meterme con el de los retrones, en el de los que tenemos retronalidades, básicamente porque me gustaría pertenecer al grupo en el que no se esperara ninguna «normalidad» de mí, en el que no sintiera la necesidad de aparentar, de pretender ser lo que no soy.

A mí me duelen mis retronalidades físicas y mis retronalidades mentales. Me duelen físicamente, por dolores crónicos desde joven, y me duelen mentalmente.

Probablemente, la retronalidad que más me duela es mi falta de capacidad mental. El dolor que me produce la consciencia cristalina de ver a tantas personas con mucha más capacidad que yo para infinidad de habilidades que sólo dependen del cerebro. Me embeleso al escuchar a los que piensan más rápido que yo y los que piensan más lejos que yo. Me embelesa y en ocasiones me duele profundamente.

Tengo amigos a los que adoro, los adoro en el sentido literal del término, que me hacen feliz cuando estoy frente a ellos, cuando escucho sus disparates sólo capaces de cerebros infinitamente más dotados que el mío para la imaginación y el despelote. Amigos que me maravillan y me dejan noqueado por su capacidad para el recuerdo y la ligazón entre unos asuntos y otros, para analizar y concluir.

Con muy pocos años escuché una canción de Lluis Llach que se llama «Si arribeu» que dice «Si arribeu en la vida més lluny d’on pugui arribar, moriré molt gelós del que m’hàgiu avançat, que no em sabré resignar a no ser el millor vianant…». Una canción que no me abandona, que retrata mi estado de ánimo de forma perenne.

Reconozco que mi cerebro es útil para algunas cosas. Podría ser mucho mejor y mucho peor. Y probablemente sería bueno para mí que fuera peor y que fuera mejor, porque estoy en un punto con inteligencia suficiente como para adivinar mucho de lo que me pierdo por tener un cerebro limitado. Si fuera más tonto no me daría cuenta de todo lo que me pierdo. Si fuera más listo, mucho más listo, quizá pudiera tocar alguna de las cosas que intuyo que están ahí.

No tengo duda de que la mayor discriminación en la especie humana se da entre quienes tienen más capacidad intelectual y quienes tienen menos. En ocasiones se discute si los negros tienen tanta capacidad intelectual como los blancos o si no la tienen, como si la posibilidad de que fuera cierta la diferencia de capacidad intelectual legitimara algún tipo de discriminación física. Todos los seres humanos somos retrones porque siempre hay alguien más inteligente que nosotros, alguien con mayores capacidades atléticas, alguien que nos discrimina por su capacidad. De hecho no es que alguien nos discrimine, es que la discriminación viene de serie.

Una de mis mayores discapacidades (yo, que soy retrón), es mi incapacidad para no despreciar a quien no piensa a la velocidad que pienso yo, que no entiende lo que entiendo yo, que se pierde en lo que a mí me parecen asuntos sencillos. No soporto a las personas que miran con cara de mono cualquier ecuación que se les ponga por delante sin capacidad alguna para ni siquiera saber que se trata de una ecuación y que tendrán que empezar a pensar cómo resolverla.

Por eso entiendo perfectamente que personas más inteligentes que yo me traten con absoluto desprecio. No significa que no me duela. Seguro que ni las personas que me desprecian a mí por la falta de capacidad ni yo mismo somos tan inteligentes como nos creemos. Seguro que no existe esa diferencia con relación a la otra persona, que tendrá otro tipo de inteligencias y capacidades. Pero la malparidosis congénita genera estos problemas. Asuntos relativamente sencillos de gestionar, como la paciencia frente a personas con otras capacidades, se nos convierten en ecuaciones con demasiadas incógnitas.

Los seres humanos somos todos diferentes. Algunos de ellos, por su mapa genético, son de partida mucho más ricos que otros. Me hace gracia cuando algunas personas guapísimas se quejan de que se las admira por su belleza y no por su cerebro y reclaman respeto hacia su persona. ¿Por qué consideran que darle valor a la inteligencia es más respetuoso que darle valor al cuerpo? No tiene un valor intrínseco mayor una que otra. ¿Por qué debiera tenerlo? Esa mentalidad proviene de la tiranía de quienes tienen capacidad intelectual, que tiranizan a toda la sociedad mucho más de lo que la tiranizan los cuerpos esbeltos, los regímenes de quítame allá esas grasas y los saltos de trampolín con doble tirabuzón y medio.

A mí me parece que quizá el cerebro puede proporcionar más felicidad que el cuerpo, pero no estoy seguro.

Lo que me parece relevante es que con el cuerpo esbelto sólo se puede conseguir la admiración de los demás (o de uno mismo) y que con el cerebro se puede conseguir placer independientemente de lo que piensen los demás, de que te admiren o no, de que les parezcas listo o tonto. Cualquiera puede obtener placer con el cerebro, tenga la capacidad intelectual que tenga, aunque tampoco estoy muy seguro de que ese placer pueda ser independiente del cuerpo, porque ¿qué puede haber en el mundo más placentero que un abrazo a un ser diferente? ¿Qué puede haber más placentero que convertirse dos en uno?

Bienvenido al mundo de los retrones.