Desde hace algún año, más de cinco y menos de diez, tengo la impresión que muchos coches recién salidos al mercado no dan mucho mejor servicio que aquellos a los cuales reemplazan.
Hace varias generaciones de modelos, hubo una serie de lanzamientos que —desde mi punto de vista— fueron muy importantes. Cada uno de ellos suponía una revolución en casi todos los frentes. Hay muchos ejemplos: el Peugeot 307 respecto al 306, el Renault Mégane II frente al Mégane I o el primer Ford Focus respecto al Escort.
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El lanzamiento de los coches anteriormente señalados fue un gran acontecimiento. Y es que eran revolucionarios por aspecto, proporciones, comodidad, seguridad o equipamiento. Todo era nuevo o lo parecía; y nuevo significaba casi siempre mejor. Aún tengo recuerdos de cómo se vivieron alguno de esos momentos en la redacción de km77.com, así como las impresiones que nos dejaron tras conducirlos por primera vez. Eran coches que —podían envejecer mejor o peor o estropearse más o menos— pero aportaban un gran valor respecto a los modelos reemplazados. Eran absolutamente distintos y superiores.
Creo que no se ha avanzado tanto en las últimas generaciones. Me parece que el Volkswagen Golf de séptima generación (el actual) no ofrece mucho más que el de sexta, así como tampoco éste respecto al de quinta, lanzado en 2004. El Mégane III (el que todavía se vende) tampoco me parece mucho mejor que el Mégane II. Son solo ejemplos que podría trasladar a muchos coches del mercado (los que más han avanzado son los de marcas coreanas, pero no es justo compararlos con sus antecesores porque su posicionamiento en el mercado es distinto).
Creo que no hay una enorme diferencia en términos de seguridad, comodidad o gasto de carburante entre hacer un viaje en un coche de última hornada y en otro de hace 5-10 años. Creo que la impresión que queda después de hacer un viaje en uno o en otro no es muy distinta.
Los coches de hace dos o tres generaciones de modelos tenían lo que yo considero necesario para conducir seguro y cómodo: buena posición al volante (buena ergonomía en general), suficiente silencio de marcha, correcta climatización, reacciones seguras ante circunstancias adversas, ayudas electrónicas imprescindibles (el control de estabilidad ha sido el gran avance en materia de seguridad de los últimos tiempos) o motores más que suficientes. Eran coches coherentes para una utilización media diaria. ¿Hace falta mucho más refinamiento-sofisticación-decoración en una máquina que se pasa parada 23 horas al día?.
En lo que más se diferencia un coche de reciente aparición de uno más viejo es en aquellos dispositivos (cámaras, radares, infrarrojos, …) que controlan los alrededores de la carrocería para detectar posibles peligros. Este «control periférico» convenientemente evolucionado y mejorado con la intervención de otros sistemas, dará paso a la conducción autónoma. Pero hoy por hoy, no creo que sean la panacea. Hay quien piensa que son de gran ayuda, y hay a quien le parece que no sirven para reducir los accidentes de tráfico de forma sensible (como sí lo hizo en su momento el ESP). Los «malpensados» creen que todos estos sistemas de «vigilancia» sirven de alguna forma para «parchear» o tapar las carencias de atención provocadas por los sistemas de entretenimiento que actualmente inundan los coches.
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La palabra “de entretenimiento” está realmente bien traída en este caso. Las pantallas táctiles de los salpicaderos son cada vez más grandes y aglutinan más cosas que manejar, muchas de las cuales no se pueden controlar sin retirar la vista de la carretera. Está claro que entretienen o distraen, sobre todo cuando no es posible elegir manualmente una emisora de radio sin tener que deslizar el dedo sobre un dial dibujado en esas pantallas, sin ninguna posibilidad de reconocerlo al tacto. Y por si eso fuera poco, también podemos tener casi todas las funciones de nuestro teléfono móvil replicadas en esas pantallas centrales.
No veo muchas posibilidades de que haya una racionalización de lo anterior hasta que nos demos cuenta que no hay ningún motivo para que el coche sea una extensión de nuestra oficina o del salón de casa. Conducir es lo más importante que se puede hacer tras un volante. Los fabricantes deberían hacer un esfuerzo por simplificar y facilitar el uso de estas pantallas (por ejemplo, implementado sistemas de reconocimiento de voz que realmente funcionen bien o anulando el manejo de todo lo accesorio mientras el coche está en marcha, algo que ya hace alguna que otra marca). Pero en última instancia, somos los conductores somos libres de hacer los que nos parezca mejor, pero también deberíamos ser responsables del uso indebido.
 

Enrique Calle