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Esta semana se estrenan 3.000 películas. Bueno, exagero, se estrenan un montón de películas. Luego se quejan de que las películas son obligadas a tener una vida comercial corta y blablabla, pero aun así estrenan 9 o 10 películas en el mismo fin de semana.

 

Claro, ¿qué pasa? Que películas la mar de correctas (aunque ni mucho menos la obra maestra que nos han querido vender) como Grand Piano se van al garete en cuestión de minutos. La película hizo 50.000 euros el viernes con tropecientas copias. Aún no se conoce la media exacta por copia del fin de semana pero va a ser difícil que no sea una ridiculez absoluta. Eso quiere decir que la semana que viene los dueños de los cines se la van a cargar sin manías, porque –por mucho que duela– esto sigue siendo un negocio.

 

La gran noticia de la semana, y esta sí que funciona como un reloj, es el estreno de La vida de Adele (la otra película eminentemente femenina de la semana, Todos queremos lo mejor para ella, me pareció un sonoro bluf, aunque les recomiendo que comprueben por ustedes mismos si exagero o no).

 

Pero volvamos a La vida de Adele, la película que se llevó la Palma de Oro en Cannes y una auténtica obra maestra. No sé cómo le ha salido esta maravilla a un tipo tan raro (cosa que he tenido ocasión de comprobar personalmente) como Abdellatif Kechiche, que además se llevaba a matar con las actrices protagonistas, pero me agarro al milagro y no hago preguntas.

 

La vida de Adele explica el romance entre dos mujeres, pero da igual; lo de que sean dos mujeres no tiene más importancia, ya que el foco está en otro lado. Esto es la cadencia del amor, por pedante que esto puede sonar: el camino empedrado que lleva del enamoramiento a la pasión y de ahí a la rutina y de ahí al Apocalipsis. Me explico, ¿no?

 

Es una película que parece hecha a mano y cosida, puntada a puntada, hasta adquirir el relieve necesario. Es brillante, y profunda, y valiente. Tiene el naturalismo necesario para parecer real y la dosis de ficción justa para no agredir al espectador. Es un filme al que no le gusta exhibirse, y prefiere parecer sencillo, nunca simple, aunque en el fondo esconda un relato imperecedero sobre lo jodido que es querer a alguien y descubrir, un día, que esa intensidad ha dejado paso a algo que no es lo que quieres. Kechiche rescata el amor, lo respira y finalmente lo entierra, y lo hace con tal delicadeza que cuando acaba la película cuesta levantarse y marcharse a casa.

 

Las actrices, Lea Seydoux y Adèle Exarchopulos, se marcan tal exhibición actoral (y de emociones) que no me extrañaría que después de lo suyo cualquier romance cinematográfico (o incluso real) nos parezca un asunto menor. Si alguna vez han decidido darlo todo por alguien, incluso lo que no tienen, La vida de Adele les resultará dolorosamente familiar, pero por otro lado, el recordatorio de lo grande que puede ser el cine les compensará sobradamente por cualquier bajón que su memoria sentimental pudiera experimentar.

 

Cada año nos ofrece algunas (pocas) películas imprescindibles. La de este año es esta.

 

No compren palomitas, vayan con alguien querido y que no hable demasiado.

 

Disfruten.

 

Abrazos/as,

T.G.