He vuelto, esta vez no he tardado tanto como la anterior, pero la próxima tardaré incluso menos. Les escribo desde Sitges, así que si sienten ustedes curiosidad por alguna de las películas/adefesios que pululan por este bonito festival de cine fantástico y de terror permaneceré atento a sus preguntas y puede que hasta conteste algo. Naturalmente, no prometo nada.

De momento poco y menos desde este bonito pueblo costero, excepto que el único bareto a menos de un kilómetro de la sede del festival (en un hotel que ya era viejo antes de que lo construyeran) se encuentra a diez pasos del cementerio local, lo cual no deja de ser muy adecuado dada la calidad de la comida que cocinan en el sitio en cuestión (utilizo el verbo “cocinar” con intenciones humorísticas) y la temática del propio festival.

Les iré informando sin falta de lo que se cuece por estos parajes, invadidos por camisetas negras, tipos que eructan cuando le cortan la cabeza a algún secundario/secundaria y tipas que aplauden cuando decapitan al gato de la familia. Aquí lo moderno es jalear al maniaco, cosa que me parece bien obviamente, Dios me libre de meterme con el rebaño de la oscuridad.

Dicho todo esto, que convierten mis días en Sitges en el paraíso de un entomólogo, paso a relatarles el asunto que nos ocupará en este post: la secuela de Wall Street.

Wall Street, el dinero nunca duerme, es la continuación de aquella legendaria película de 1987 donde Oliver Stone (por aquel entonces en plena forma) se dedicaba a pontificar sobre el sucio mundo del capitalismo y sus consecuencias, y –aunque no era su intención- glorificar al emperador del dólar, un hombre llamado Gordon Gekko.
Aquello multiplicó por cien el número de chavales que se empeñaron en entrar en el universo financiero y el personaje de Gekko (interpretando por ese actor DESCOMUNAL que es Michael Douglas) pasó a convertirse en un icono del séptimo arte.

Repasé la película el otro día, en la edición especial del 20 aniversario, y sigue siendo una delicia si me permiten que se lo diga.

Así que, con animo renovado pero expectativas contenidas (una buena receta, se lo aseguro) he visto recientemente –muy recientemente- la secuela del mito.

Bueno, amigos/as, no es Wall Street, no está mal, pero no, no es Wall Street. En primer lugar Douglas no es el protagonista absoluto sino que le cede terreno a dos actores muy distintos: Josh Brolin y Shia LaBeouf. El primero es bueno, pero aquí no atina a construir un personaje tridimensional, más bien parece un malo de pandereta. El segundo es malo/bueno (o bueno/malo, según la película) y me parece un tipo incapaz de liderar un reparto: demasiado joven y demasiado tonto.

La otra cara de la película es la preciosa Carey Mulligan, que –simplemente- parece haberse caído de un guindo. “Huevos, un litro de leche, dos kilos, de arroz, una lechuga…” , esa es la cara que pone Mulligan durante toda la peli, como si pareciera preocupada porque el Carrefour está a punto de cerrar. Pobrecica, no es culpa suya, es que la han escrito así.

Después están escenas como la carrera de motos o toda la relación Brolin- LaBeouf, que parece haber sido escrita con una tiza de esas gordas: son un borrón absurdo en una película sin noción de las medidas. Como si para hacer un bocadillo de jamón utilizarás diez gramos de Jabugo y un pan de ocho kilos.

La peli funciona cuando Gekko asoma la jeta y es bastante buena cuando Brolin ejerce de villano en solitario. La química LaBeouf/Mulligan es inexistente (como un romance entre Eduardo Punset y una cabra) y algunos de los diálogos son ridículos, directamente. Pronto la dualidad bueno/malo se convierte en la dualidad malo/malo o malo/peor, y la empatía del espectador se transforma en tedio… pero antes de que eso pase Wall Street 2 tiene una hora magnífica.

En su mayor parte y concluyendo (la sangre me reclama) es una película entretenida con escenas notables (el primer discurso de Gekko después de salir de la trena) y con una factura cercana a la perfección. Si alguien hubiera escrito un guión un poco más atrevido y menos didáctico hasta estaríamos hablando de un ejemplo de excelencia cinematográfica.

Una lástima.

Me voy a seguir viendo como destripan, violan y matan*, que para eso, aquí en Sitges, siempre hay tiempo.

Abrazos/as,

T.G.

* No necesariamente por este orden.