Buenas señores/as y demás seres que habitan este bonito planeta en el que hay más hijos de perra que agua potable. ¿Qué tal todo?

 

Ayer me fui a ver El autor, la nueva película de Manuel Martin Cuenca, el tipo que hizo Canibal (una peli que solo me gustó a mí y que fue un inmenso fracaso de taquilla) y que ahora vuelve con una película que podría firmar el mismísimo Polanksy, sobre eso de joder al prójimo y hacerlo bien.

 

El autor habla de un tipo gris cuya ilusión es ser un escritor de éxito y que cree –el pobre- que tiene talento para ello. La cuestión es que no lo logra, y pasa un año, y luego otro, y luego otro. Hasta que un día su mujer escribe un libro, ella que no tiene ninguna expectativa y que –según su marido- no podría ni escribir la lista de la compra. No solo escribe un libro: escribe un bestseller.

 

Natualmente, él se separa de ella y se va a vivir a otro lugar. Y ahí, en esa nueva comunidad, es donde decide que va a escribir esa novela como sea. Y su plan maestro consistirá en  manipular a sus vecinos para que sean ellos y ellas los que acaben generando el conflicto que exige cualquier obra de ficción. Pueden imaginarse ustedes/as el lio funesto que acaba generando su plan, que recuerda en ocasiones a aquella obra de Stephen King llamada La tienda, en la que un hombre misterioso llega a un pueblo y abre un negocio en el que vende toda clase de cosas, por las que no cobra en dinero sino en favores.

 

Bueno, pues que vayan ustedes/as a verla, que es una muy buena película española. Ha ganado un montón de premios y blablablá, pero lo importante es que me gusta a mí. O algo así.

 

Hoy he visto –cambiando radicalmente de tercio- esa película de David Lynch llamada Una historia verdadera. Es una película que solía ver con mi ex mujer y que nos daba la paz que nuestro matrimonio nos quitaba. Siempre que la veo, la recuerdo y recuerdo por qué nos gustaba tanto. La idea de viajar sin percepción alguna del tiempo, la profunda calma de un cielo dibujado que nunca se acaba y ese tipo que solo quiere ver a su hermano y que quiere hacerlo a su manera. Era como ver el mundo a cámara lenta, un mundo en el que el único problema era llegar sin detenerse. Un mundo de ojos grandes, un mundo en el que el palabreo ha sido desterrado, un mundo distinto, más antiguo, mejor. Un mundo en el que los desconocidos te sonríen y hacen las preguntas justas. Un mundo en el que todos son capaces de callar cuando el sol se marcha y mirar a las estrellas, como si haciéndolo todo fuera un poco mejor.

 

Creo que así nos hubiera gustado que fuera nuestra vida. No sé si hay algo más humano que soñar con descansar en un prado a cielo abierto, justo cuando el techo de tu casa se te está viniendo encima.

 

Si lo hay, a mí no se me ocurre. A nosotros el techo se nos cayó encima, pero nadie nos quitará el rato que pasamos en aquel diminuto cortacésped, acompañando a Alvin Straigt, recorriendo carreteras y puentes a la velocidad de un caracol, con la lluvia en el rostro y las montañas en el horizonte.

 

Siempre nos quedará eso. No es París; es mejor.

 

Abrazos/as,

T.G.