Todos/as los que leen este blog (y ya van unos cuantos meses, hasta años) saben que tengo por costumbre repetirme siempre que puedo.

Hoy toca hablar de mi viejo, de Clint.

Si digo Clint ya sabrán a quien me refiero y esa es una de las grandes cosas que tiene el jinete palido: su nombre, su estilo, su manera de hacer las cosas es tan reconocible como lo fueron Francis Ford Coppola o Martin Scorsese en su momento. Sin embargo, me atrevo a decir que de este trío maravilla solo Clint sigue manteniendo el pulso, sigue creyendo en su cine.

Yo –ya les he dicho que me repito- adoro a Clint Eastwood. Su cine ha crecido conmigo y he tenido la suerte de poder disfrutar de lo mejor de su carrera en tiempo real: aún recuerdo la sonrisa de tonto que se dibujo en mi cara –en sucesivas ocasiones- cuando vi delicias como El sargento de hierro (sí, El sargento de hierro), Sin perdón, Un mundo perfecto, Million Dolar Baby, Los puentes de Madison o Gran Torino.

Cada vez que he dudado de él, de su capacidad para jugar al límite con todos los géneros, de su valentía para atreverse a mirar a todas partes sin miedo, de su infinita sensibilidad, de su fuerza narrativa y visual, me he acabado dando cabezazos contra la pared.

Y este fin de semana Clint ha vuelto a mi vida, y una vez más he temido que hubiera metido la pata, y aunque quizás esta vez no me haya dejado tan satisfecho como en las anteriores sigo creyendo que estamos ante uno de los más grandes. Vale, reconozco que en Más allá de la vida no es ni de lejos una de sus mejores obras (especialmente si repasamos la trayectoria del abuelo en las dos últimas décadas) pero al mismo tiempo aplaudo su artesanía a la hora de enfrentarse a un tema tan alejado de sus constantes vitales.

Más allá de la vida es una historia sobre un medium retirado que de pronto se enfrenta a su pasado a través de los ojos de un niño… dicho esto sin querer joder la marrana a aquellos que aún no la hayan visto (siempre he creído que es mejor ir al cine con la menor cantidad de información posible, aunque eso sea cada día más y más difícil) porque así es como se disfrutan de verdad las películas. Cuando yo era un niño no sabíamos nada de nada antes de sumergirnos en el patio de butacas y les aseguró que aquello era maravilloso. Ahora no hay manera de permanecer virgen y, por decirlo claramente, es una auténtica mierda.

El protagonista de la historia (magnífico) es Matt Damon y cuando él aparece por ahí la cosa va bien. Cuando la protagonista es Cecile de France, que por otro lado es una actriz de primera, el asunto empeora bastante. A lo mejor –y citando a mi amada Jessica Rabbit- no es culpa suya y es que la han dibujado así, pero el caso es que si hubiera un eslabón débil en la película ese sería esta preciosa señora francesa.

La película arranca con una escena tan poderosa que es difícil no sentir que el resto es cuesta abajo (problemas de empezar con los cañones, que luego tiras de pistola y se ríen en tu cara), sin embargo el niño que encarnan Georgie y Frankie McLaren es capaz de remontar y en ocasiones hasta salirse de la pantalla, y con ese chaval y su desgracia nos colamos un poco en el alma de Eastwood, que parece preocupado únicamente por hacer eso bien y descuida los márgenes.
Como ya lo sabrán les diré que el tsunami que golpeó Asia en 2004 y que dejó más de 229.000 muertos (que se dice pronto) ocupa un papel básico en el desarrollo de la historia y es el detonador de la historia. Probablemente tardaremos mucho en ver una recreación tan aterradora como la de Eastwood de ese hecho… a mi por lo menos me pareció brutal.

En resumen Más allá de la vida se mueve a lo largo de tres coordenadas distintas: dos de ellas son magníficas y la tercera es sorprendentemente débil. Dejo en sus manos decidir si vale la pena o no arriesgarse a gastar unos euros, mi consejo es que no lo duden: no es ninguna obra maestra pero resulta sumamente entretenida.

Y es de Eastwood.

Abrazos/as, empiecen ustedes bien la semana,

Toni