Ya ven que voy acortando los tiempos de espera entre post y post y les prometo que un día de estos incluso conseguiré ser una personal normal y escribir dos veces a la semana. Al menos lo intentaré, ya saben, con voluntad y eso.

De momento sepan ustedes/as que me estoy tomando un pequeño descanso (ya sé que les da la impresión de que estoy siempre de vacaciones y eso, un break aquí y otro allí, pero es que llevo un añito que tela marinera) de mi último festival: el de Sitges.

Esta ha sido mi 19ª cobertura del festival: la primera fue por una revista de mi pueblo llamada La Col; la última por un periódico así como grande. Por raro que pueda parecerles me lo pasaba mucho mejor cuando trabajaba para La Col, tenía 22 añitos y vivía cada película como si fuese el fin del mundo. Me emocionaba con los famosillos, pedía autógrafos y todo me parecía la bomba.

Ahora arrastro los pies, parezco salido de El jinete pálido de Clint Eastwood. Me he vuelto escéptico, resabiado, cabroncete y todos esos freaks que son el vivo reflejo de lo que era yo hace dos décadas me parecen carne de fusilamiento. Es la edad amigos, y la mala leche que arrastro por cuestiones varias que van desde los motivos familiares, que muchos de ustedes conocen, a los líos de trabajo que conlleva ser periodista en esta especie de medievo moderno en el que vivimos.

Veo colegas competentes en la calle cada día e inútiles de envergadura haciendo su trabajo por la mitad de la mitad de lo que lo haría otro cualquiera. Como amo a mi profesión, encuentro repugnante que algunos payasos que apenas pueden sostener una pluma estén ahora manejando el cotarro. O lo que sea que manejen.

Pero dejemos mis frustraciones para otro momento, no sea que me encienda y vaya a por gasolina aquí al lado y empiece una misión de purificación de amplio calado en Barcelona y Madrid. Ahora que aún no necesito pasaporte para entrar y salir (broma coyuntural).

En fin, que lo a que venía yo aquí es a decirles que hay dos o tres películas que he visto en Sitges que no deben dejar de ver. Y alguna otra en cartelera que tampoco deberían perderse.

1) No soy muy fan de Lo imposible. Técnicamente es impecable, Bayona dirige de la hostia, pero hasta ahí. Veinte minutos de gloria cincuenta de aburrimiento. La historia tiene un potencial increíble: el guión NO.

2) The cabin in the Woods es alucinante: divertida, autoreferencial, con un pie en el género y otro en la parodia. No sé cuando se estrena pero por favor no se lo pierdan, es una de esas pelis en las que te lo pasas pipa al mismo tiempo que piensas: “pero ¿qué cojones es esto?”.

3) Una de las mejores pelis de terror que he visto en mucho tiempo: Sinister. Empieza ya con un fragmento de una película en Super 8 que me puso los huevos de corbata. Y luego va a peor (mejor) con una serie de asesinatos rituales francamente acojonantes en textura y concepto. Sí, da miedo.

4) Seven psychopaths: una de esas pelis que molesta por el tufillo a autoindulgencia que emite desde el minuto uno y que sin embargo tiene momentos gloriosos: con Sam Rockwell, Colin Farrell, Christopher Walken y Tom Waits es difícil llevarse mal. Al final hasta se lo pasa uno bien. Y mira que le sobra media hora… pero se lo pasa uno bien.

5) Looper. Una de las mejores muestras de cine comercial que se han llegado desde Estados Unidos desde el Seven de David Fincher. Llena hasta los topes de homenajes a Cameron, Donner, Scott, Verhoeven y hasta Hawks, la peli se sale en todos los aspectos y a esta no le sobra ni un minuto. Vayan a verla, paguen por ello, véanla en un cine, ahorren si es necesario: me lo agradecerán. Es un jodido peliculón.

Y sobre todo, ni se les ocurra ir a ver películas españolas como El cuerpo, Insensibles e Invasor. Ninguna de las tres se merece el pago de una entrada a menos que les inviten. Si son ustedes buenas personas y creen que es un deber apoyar al cine patrio pues la menos mala es Insensibles… o El cuerpo, sí mejor El cuerpo. Pero Invasor ni pensarlo, no saben ustedes/as que aberración. Con esa eterna promesa llamada Daniel Calparsoro y un actor, Karra Elejalde, que siempre parece estar en otra película y que aquí se propone hacer el ridículo a lo grande. Lo consigue, obviamente.

Por último, a mi me gusta Frankenweenie porque me reconcilia con ese Burton inseguro y primerizo que ponía todo lo que tenía (y lo que era) en sus películas. Reconozco que no es perfecta y que hay metraje de relleno pero me pareció muy bonita y la aprecio en su bondad y su (delicado) espíritu.

A ver si encima me estaré volviendo blando.

Abrazos/as,

T.G.