Habrán notado ustedes/as que me he tomado mi tiempo para hablarles sobre Origen. El motivo es obvio: aún no sé que pensar y cuanto más la pienso más sospecho que, efectivamente, no sé que pensar.

Mi mosqueo inicial empieza cuando todos los colegas de profesión me sueltan eso de “hay que verla dos veces para entenderla”. No lo entiendo, ¿en serio no basta con una?, ¿por qué?. No creo en la teoría de la complejidad por la cual no basta con ver algo una vez, hay que profundizar y blablabla. Señores/as, esto no es física cuántica y si algo no se entiende es porque el director no ha querido que lo entiendas. Esas cosas me hacen sospechar y me ponen a la defensiva. En el mundo del cine se ven las cosas dos veces para disfrutarlas el doble, no para encontrar el sentido de la vida. Para eso ya están los Monty Phyton.

Es decir, las obras de David Lynch son crípticas, pero esa es su naturaleza. No es que necesites verlas dos veces para entenderlas, es que cada vez que la veas tendrá un significado distinto y ahí radica su brillantez (o su delirio, cada cual que escoja un bando).

Vaya por delante que me considero un admirador del señor Nolan, un director que rindió tamaño homenaje a Batman y que tiene en su filmografía peliculones como Insomnia o Memento se merece todo mi respecto y hasta algo de cariño, aunque el tipo esté siempre más tieso que la mojama.

Así pues, que nadie busque enemistades ficticias o prejuicios previos. Yo amo a Nolan y desde un punto de vista cinéfilo me parece un señor que le da achuchones al séptimo arte cada vez que se pone tras una cámara. Reconozcámoslo: al cine le hacen falta personas que lo achuchen, que lo empujen, que jueguen con él.

Vayamos pues a Origen. Una película sobre sueños en sueños, de alambique en alambique y tiro porque me toca. Un hombre que debe colarse en las cabezas de otros para sacar de allí el material convenido. Le pagan por ello y le pagan bien.
El precepto es magistral y me quito el sombrero. Me quitaría también los pantalones pero quedaría raro.

Ahora bien, a la hora de ejecutar la idea y de jugar con las texturas es cuando uno empieza a sospechar que hay más humo que sopa. Tiene detalles impresionantes (lo de la alfombra en el sueño por ejemplo, o la tan pavoneada escena de la ciudad plegándose sobre sí misma o las dobleces del personajes de Di Caprio, extraordinario). Sin embargo, tengo la sensación de que otros de los roles de la película (incluyendo el de Ellen Page, a la que no me creo, lo siento) están a medio escribir y de que en su particular huída hacía delante, producida por un detalle de la trama que no vamos a desvelar, Nolan se ve empujado hacía un barranco de laberintos donde se atasca hasta el infinito y más allá.
Esa idea final de la tensión a cuatro bandas se revela innecesaria, perfecta en su vertiente cinematográfica sí, pero finalmente inútil. ¿Era necesario ese tour-de-force a dieciséis manos? Yo creo que no, pero igual soy raro o el calor me está afectando más de lo deseado.

Bueno…

Alguien dijo por aquí que era un proyecto fallido de obra maestra (si no recuerdo mal) y eso es lo que me parece a mi. Una obra maestra de la poética visual y un ejemplo de hasta donde puede llegar el cine por un lado; un espejismo de trazo grueso por otro donde se juega al despiste para crear una sensación de complejidad que por forzada acaba resultando excesiva.

A ver si al final va a ser que voy a tener que verla otra vez. La idea no me disgusta, no me aburrí y tuve momentos de un disfrute sin igual… pero tengo miedo de verle las costuras con más claridad cuando más la observe, de notar como se le encoje el traje a Nolan con cada nuevo visionado . Me pasó algo semejante con El caballero oscuro, un peliculón de dos horas que dura dos horas y media.

¿Me explico, no?

Sean buenos/as,

T.G.