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Señores y señoras,

 

Cómo están ustedes/as? ¿Qué tal va este magnífico año ahora que la crisis ya ha pasado, que los brotes verdes han dejado paso a los ficus que se abren con resplandeciente brillo y que ya todo el mundo vuelve a ser feliz y a pensar en sus vacaciones en las Maldivas?

 

[Risas enlatadas]

 

Escribo estas líneas mientras disfruto de los highlights del viaje de Mariano Rajoy a Estados Unidos. Ese momento en el que el presidente de la Cámara de Comercio le hace una pregunta en inglés; los segundos eternos que transcurren entre la traducción y esa cara de pazguato del que piensa para sus adentros que aquella mañana no debería haber salido de casa; ese discurso en uno de los foros más relevantes de una de las naciones más poderosas del mundo que empieza con un “vamos a ganar el mundial”.

 

Si eso no es comedia de la buena, que baje Dios y lo vea.

 

Bueno, pero dejemos las carcajadas para más tarde que ahora tenemos trabajo.

 

Primera recomendación:

 

El lobo de Wall Street.

La historia de un hijo de puta. Un estafador, despilfarrador, manipulador, cabronazo y corrupto que amasó una de las fortunas más descomunales de los años de oro de Wall Street a base de engañar hasta al Niño Jesús, a la Virgen María y al Espíritu Santo.

 

Una comedia negra con toneladas de mala leche y ausencia total de juicios éticos y morales (al final ya somos todos mayorcitos y podemos sacar nuestras propias conclusiones) que han generado acusaciones de glorificación del citado personaje. Curiosamente, las mismas voces que argumentaron que Scorsese (director de El lobo de Wall Street) idealizaba a la mafia con películas como Uno de los nuestros o Casino.

 

(Y mira que hay que tener cuajo para afirmar eso sin reírse.)

 

En realidad El lobo de Wall Street es la fiel crónica de una época de desapego existencial basado en la idiotez del ser humano cuando despunta la posibilidad de ganar dinero.  Piscinas de dinero. Mares de dinero.

 

Vayan, diviértanse, asústense pensando que es una historia real, que existe un tipo así (y que hay millones como él esperando su turno). Si quieren ver algo serio, mejor vayan al teatro.

 

Segunda recomendación:

 

Mandela.

 

Esta no es la obra maestra que muchos quieren ver, ni la porquería que otros insinúan que es.

 

En primer lugar, y dada la reciente muerte del líder surafricano (y subrayo lo de líder porque este tío sí que siempre me pareció un líder de verdad, un hombre inteligente, templado y sólido, capaz de prevenir un baño de sangre que sin su cintura política hubiera sido inevitable), la película ha sido sometida a un escrutinio inédito y –faltaría más– le han visto las costuras.

 

Ahora bien, más allá de las habituales disquisiciones históricas sobre la representación del personaje (y las elecciones del director sobre lo que hay que enseñar y lo que no), Mandela es un filme bastante digno, con una impresionante actuación de Idris Elba (este tío es una máquina y el que no me crea que vea la serie The Wire) y una dirección impersonal pero efectiva.

 

Es una película que no se hace larga, que se disfruta y que sirve para entender algunas cosas de la vida de un hombre que salió de la cárcel sin sentir odio por sus carceleros.

 

Un hombre excepcional.

 

Hagan lo que hagan, no dejen de ir al cine y luego vengan aquí y cásquenlo.

 

Abrazos/as,

T.G.