Queridos y queridas,

Les iba a hablar aquí y ahora de la última película de Clint Eastwood, pero me reservo esa carta para la semana que viene porque en estos momentos aún conservo el cabreo de verla y no quiero cargar contra uno de mis actores/directores favoritos de todos los tiempos. Así que esperaré unos días, hasta que se me pase el enfado, y luego ya me dedicaré a ella como se merece. O quizás al pensarla me parezca menos ofensiva (por mala), viniendo de un genio del tamaño de Harry El Sucio.

 

Total, que hoy voy a hablarles de Black panther, que vi el viernes en una de esas pantallas tan grandes que no hay manera de abarcarla con los ojos por muy atrás que te sientes. Esas son las pantallas que me gustan y tengo una a mano en el barrio. Algo bueno en mi vida, quién lo iba a decir.

 

La dirige Ryan Coogler, un tipo que ya demostró que tiene mucho en la mollera en pelis como Fruitvale station o Creed (aquel homenaje a Rocky que resultó ser una cosa cojonuda). Aquí le dan los medios, un reparto de campanillas (Michael B. Jordan es un maldito genio) y un mensaje necesario, despojado de aristas que lo hubieran emborronado y asentado en un filme potente, visualmente deslumbrante y que tiene muy claro a quién se vincula y por qué.

 

Estamos en el reino de Wakanda, una parte de África que en el pasado fue golpeado por un meteorito de vibranium, el metal más resistente y poderoso del universo. La sustancia lo impregnó todo y permitió a los locales desarrollar una increíble tecnología a años luz de cualquier otra potencia terrestre. Además, como medida de precaución decidieron ocultar su auténtica naturaleza a los demás habitantes del planeta.

 

El rey de Wakanda es además el portador del poder de Pantera negra, un superhéroe que protege a los nativos de los peligros exteriores y ejerce su influencia en todo el reino, manteniendo unidas a las cuatro tribus del país (una quinta se esconde en las montañas, voluntariamente exiliada).

 

En esa dicotomía que se revuelve entre dar los instrumentos a los oprimidos del mundo para que inicien la revolución que debería liberarles/la ausencia de acción para evitar que los ojos del mundo se posen sobre ellos y les obliguen a prepararse para una guerra, es lo mejor de una película que siempre se mantiene coherente en sus postulados y que sirve también como una suerte de manifiesto absolutamente relevante en los tiempos que corren.

 

Si solo fuera eso –una especie de potentísimo decálogo socio-político en tiempo presente- ya sería loable, pero es que además Black panther (o Pantera negra, como prefieran) es una maravillosa película de aventuras, con un montón de personajes dignos de recordar y una premisa central que no parece querer alejarse del comic que la precede: luchar por una causa justa es la obligación de los hombres y mujeres que puedan hacerlo. O lo que es lo mismo: para que los malos triunfen, basta con que los buenos no hagan nada.

 

Así pues, un gustazo de peli. Buen guión, grandísimo trabajo de vestuario, espectacular diseño de producción, estupendo reparto y la sensación de que se abre una nueva vía para las franquicias Marvel, que engarza con la concienciación social y la necesidad de hablar de un mundo que se va al garete sin necesidad de que venga un marciano a invadirnos.

 

Vale el precio de una entrada y el de las cervezas posteriores, además de proporcionar satisfacción asegurada incluso para aquellos/as que son reactivos/as a las películas de superhéroes, básicamente porque Pantera negra es solo un hombre con un buen traje y una pócima mágica. Más Obélix que Thor, para entendernos.

 

Hala, vayan, disfruten. Y luego lo cascan aquí.

 

Abrazos/as,

T.G.