Sólo una cosita antes de empezar con el penúltimo post del año: Christopher Hitchens está considerado el mejor ensayista en lengua inglesa desde George Orwell. Así que sí es un listillo: uno de los muy listillos. En cuanto a esos tipejos que desean la muerte de un hombre (cuando este ya ha anunciado que va a morir) es imposible que ganen nada, empezaron a perder el día que abandonaron su fe, la que dice “pon la otra mejilla”. Los resúmenes cafres de situaciones complejas siempre me han inquietado, así que mejor lo dejamos aquí.

 

Se acaba el año, amigos y amigas, a nivel personal –y si son habituales de este blog- ya saben que las cosas se torcieron pronto y siguieron torcidas hasta el final. No le echo la culpa a nadie, ni al maldito universo, las cosas son como son y no hay nada más qué decir. Lo que sí puedo hacer es pensar que 2016 será algo mejor que 2015, aunque no me crea nada. No soy determinista, me parece perverso pensar que el destino está escrito y que cada uno tiene lo que se merece: he visto gente maravillosa en situaciones incomprensibles y a tipos/as despreciables que no pisan ni un charco. En lo que sí creo es que hay un componente de azar inevitable, llámenle timing o intuición, que influye en el cauce de las aguas: o bien nos llega hasta las rodillas, o nos ahogan. Les deseo a ustedes que el azar les sonría o al menos que no les putee. En La gran evasión, el comandante alemán del campo le dice al oficial aliado al mando de los prisioneros: “esperemos juntos el final de la guerra” y siempre he pensado que es una frase perfectamente aplicable a los momentos de desazón vital.

 

Así pues, esperemos juntos el final de la guerra. Porque algún día se acabará.

 

Este fin de semana se estrena Steve Jobs, una de esas películas que no permite despistes, ni salidas al baño, ni containers de palomitas. Por favor, no confundan con Jobs, aquella especie de telefilme con hombreras con la que Ashton Kutcher trató de granjearse el respeto de la cinefilia y con la que consiguió carcajadas que llegaron hasta Marte.

 

No quiero entrar a fondo en el asunto porque prefiero que la disfruten por sí mismos, sólo diré que está estructurada en tres actos que se sitúan en tres presentaciones de producto (de Apple, next y, de nuevo, Apple) y que el director, Danny Boyle, se ha disfrazado de David Fincher (iba a decir que le calca, pero no quiero ser malo porque luego el karma me castiga), al fin y al cabo ya lo decía Voltaire: “Ser original es copiar con criterio”.

 

El guión es de un dios pagano llamado Aaron Sorkin, el tipo que escribió Algunos hombres buenos, El ala oeste de la casa blanca, La red social o Studio 60. Probablemente, y junto con Dalton Trumbo, Steven Zaillian, Eric Roth, Lawrence Kasdan y Leigh Brackett, mi guionista favorito.

 

Sorkin es un cabronazo, malo y cruel y seguramente por eso sabe mucho de la naturaleza humana, de sus idas y venidas, de lo bajo que podemos llegar a caer, de tocar el cielo con las manos y quedarte sin ellas. Y si había un tipo ahí fuera que podía escribir de alguien como Jobs ese era Aaron Sorkin. Fíjense bien en el reparto porque aparte de los siempre magníficos Michael Fassbender y Kate Winslet, hay el que espero que sea uno de los Oscar de este año (el 2016), el del impresionante Seth Rogen, al que hasta ahora habíamos visto siempre en su faceta de comediante y que aquí me dejó francamente atónito. Suyos son los mejores momentos de la película, de los que se adueña con la cabeza gacha, sin hacer ruido, como esos actores de antaño. Su presencia, al igual que la de un excelente Jeff Daniels, le da a la película un grado (extra) de solidez.

 

Es bonito ver a alguien capaz de excitarte sin tener que recurrir a nada más que la pura ingeniera de los monólogos intercalados (lo que otros llaman conversación, sin saber muy de lo qué hablan) y la velocidad endiablada del lenguaje cuando se usa a modo de rifle. No está al alcance de todo el mundo y no tiene nada de sencillo, pero es delicioso sentarte en el patio de butacas y aceptar el reto de procesar todo ese torbellino de ideas sin ni siquiera poder rebobinar.

 

Yo lo he hecho, háganlo ustedes también: no se arrepentirán.

 

Empiezo ya a desearles feliz año y una larga vida, sean cristianos o no.

 

T.G.