La vida sigue. Es lo que dicen siempre: “Mañana volverá a salir el sol”.
Y lo peor es que tienen razón. La muy miserable no para nunca, por nadie, pase lo que pase. No importa lo que te consuma, lo que te atemorice, lo que te paralice: los días no se detienen, no hacen una pausa para esperarte. Sólo siguen adelante, como uno de esos gigantescos trenes de mercancías.

Siempre he creído que la vida, la que cuenta, empieza en el mismo momento en que somos conscientes de nuestra mortalidad. Son como esas frases que empiezan a valer desde el ‘pero’. Todo lo anterior es charleta. Para mí la conciencia de mi propia mortalidad empezó hace poco y lo llevo francamente regular. El otro día hablaba con unos amigos (parece mentira, pero aún me queda alguno) y uno de ellos, que acaba de cumplir los 50, me decía que le habían entrado todas las prisas: quería recorrer el mundo, montar en globo, plantar un árbol y tirarse en paracaídas. Si podía ser todo junto y muy rápido.

Yo tengo pensado comprarme un Porsche, pero no tengo carné, ni sé conducir y además no me gustan los coches, así que aprenderé a nadar y a ir en bicicleta. Incluso puedo empezar a comer ensaladas.

Eso sí, los donuts y las Oreo no se tocan. Se pongan como se pongan.

Verbalizada esta reflexión, sobre lo jodido que es seguir cuando se te acaban los railes y entras en vía muerta, hablemos de cine.

He visto la última parte de Los juegos del hambre. Ya saben, el best-seller juvenil (young-adults, lo llaman en el mundo anglosajón) que arrasó en todo el mundo hace unos años.

Ya comenté cuando leí el libro que me parecía una estupenda manera de crear conciencia política en los chavales. Son libros bastante incorrectos (aunque no lo parezcan) que hablan de cuestionar al sistema e incluso de levantarse contra él si es preciso, con las manos, con armas, con lo que uno tenga a mano. La premisa revolucionaria ya es atractiva de por sí, pero además está bien contada y evoluciona hacía un radicalismo anti-totalitarista que es el núcleo de esta entrega. Por eso –y solo por eso- es mi entrega favorita. Es la más política, la más comprometida y la más realista.

Ya saben, están todos los habituales, empezando por Jennifer Lawrence, Julianne Moore y Donald Sutherland, y con algunos que se fueron (demasiado pronto, como acostumbra a suceder), como el maravilloso Philip Seymour-Hoffman y la cosa arranca con el enfrentamiento entre las fuerzas del Capitolio y los rebeldes, con Katniss Averdeen como anti-heroína a lo Juana de Arco que busca derrocar al dictador.
Como ya he dicho, la parte más interesante es esa idea de la subversión que yace en el fondo de la narración, de que ante la injusticia no caben medias tintas y que hay que recorrer a una idea del coraje que no se estila mucho en un mundo en el que la mayoría se conforman con protestar en twitter y Facebook. Me gusta la idea de que bajo ese disfraz de ficción sobre un mundo distópico se esconda la semilla de algo mucho más importante, casi Brechtiano: la defensa de los derechos de los demás es lo único que puede asegurar nuestra propia supervivencia. Una paradoja que pocos recuerdan y que ha traído repetidos cataclismos a nuestra preciada civilización occidental.

En fin, vayan, disfrútenla, si tienen vástagos y se lo pueden permitir, llévenlos y luego no dejen de preguntarles por ella.

No es una película brillante pero entretiene de la hostia. Y no sale Dani Rovira.

Abrazos/as,
T.G.