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Señores y señoras, ¿cómo están ustedes?

 

Ya ven que no he tardado en volver y siempre me sorprendo a mí mismo cuando eso pasa porque –como saben ustedes/as perfectamente– soy un gran procrastinador.

 

En el país todo sigue bien, el ministro Gallardón (ya saben, “el moderado”) añade a su lista de indultados a un criminal de la Guardia Civil que grabó abusos sexuales (los que perpetraba un amigo suyo) sin dejar de reírse. A este elemento (que –recordemos– llevaba un arma y estaba obligado a hacer cumplir la ley) se le unen varios narcotraficantes, un conductor kamikaze (que causó una víctima), un banquero que se quedó con el dinero de un pensionista fallecido y un sinfín de corruptos.

 

Da igual que uno sea de derechas, de izquierdas, o de extremo centro. Hay cosas que no son admisibles y ésta es una de ellas: no se puede ir por ahí perdonando los pecados del mundo con esa cara de beato y luego administrar “justicia” con total impunidad. Esas son las cosas que me ponen de mala leche. Leía el otro día que en Francia en los últimos tres años ha habido 12 indultos mientras que en España llevamos 800. No me digan ustedes que no es curioso el uso de un instrumento que debería ser aplicado solo en ocasiones extraordinarias se haya convertido en nuestro país en una especie de ventilador.

 

Confío en que alguien recurra ese indulto y el guardia civil, que ahora vuelve a lucir placa en el cuerpo, sea expulsado inmediatamente y obligado a cumplir su pena, cualquiera que ésta fuera. No es que ello me reconciliara con la alta política (risas) de este bendito país, pero sería un buen comienzo.

 

En fin, al menos sé que conservo intacta la capacidad de cabreo. Algo es algo, porque el día que estas cosas no me indignen es que estoy muerto.

 

Bueno, y ahora hablemos de cine, y de la última película de Jim Jarmusch: Sólo los amantes sobreviven.

 

Que vaya por delante que siempre he sido fan de Jim Jarmusch, cuyo cine llega a la cima (en mi humilde opinión) en películas como Ghost dog y Flores rotas. Un tipo especial, con un cine dominado por cierta obsesión estilística y una suerte de excentricidad formal que dota a sus películas de una identidad inconfundible.

 

Eso y su habilidad para tejer historias con cierto ánimo de fábula moral y su (exquisito) sentido del humor convertían el visionado de la mayoría de sus filmes en una gozada cinéfila.

 

Ahora bien, Jarmusch también es el director de cosas Dead man down o –la que ahora nos ocupa– Sólo los amantes sobreviven. O sea: auténticos coñazos.

 

El problema con estas películas, y especialmente con su último trabajo, es esa patina de engolamiento que recorre la espina dorsal del filme y que obliga a sus protagonistas a soltar frases pretendidamente trascendentes una tras otra, ante la desesperación de una audiencia que en su mayoría se lo toma a risa.

 

La película relata la historia de dos vampiros que están aburridos de la inmortalidad y a los que todo les parece una porquería, pero que mientras tanto atormentan al espectador con inacabables diálogos sobre la muerte, la vida, la literatura, la música y la forma correcta de vestir una gabardina. Ojo, no es que los actores sean malos, que no lo son (Tom Hiddelston y Tilda Swinton son maravillosos), pero es que, llegados a cierto punto, digamos 20 minutos, uno empieza a desear que un tropel de admiradores de Van Helsing entre por la puerta y los liquide, estaca mediante, para acabar con la tortura.

 

Les daría más detalles, pero es que tampoco hay mucho más que explicar, la verdad sea dicha: los vampiros la quieren palmar, ya.

 

Oiga, señor Jarmusch, ¿no hubiera sido más eficaz (y económico) haber hecho un corto?

 

Abrazos/as,

T.G.