Una vez más, una de esas encuestas que están tan de moda me da pie para comentar un aspecto de la conducción que resulta bastante etéreo, y por lo tanto admite gran variedad de enfoques, posturas y conclusiones. Se trata, en la encuesta realizada a 30.000 conductores europeos, de conocer qué es lo que les hace “perder los estribos” cuando conducen; y puesto que la encuesta se realizó de cara a la masiva salida vacacional de Agosto, es de suponer que estaba enfocada muy específicamente a las condiciones de tráfico congestionado de esas fechas, aunque no se dice concretamente que así sea. Del mismo modo que, como ya es habitual en los resúmenes de estas encuestas, no siempre queda claro si todos los porcentajes de los que se habla corresponden a la respuesta dada por los encuestados, o en ocasiones a datos oficiales sobre el mismo tema pero tomados de una estadística neutral, ya sin la carga de subjetivismo que existe en el primer caso.

Pues bien, según el capítulo español del informe europeo, un 62% de nuestros connacionales “se alteran” al conducir en carretera; no se puntualiza si en las circunstancia concretas del tráfico de salida de vacaciones o incluso viajando entre semana en el mes de Mayo. Y tampoco se dice si lo de “alterarse” equivale a “perder los estribos”; porque puede uno alterarse por miedo a conducir (amaxofobia), o bien porque el tráfico lento nos está impidiendo ir al ritmo que nos gustaría. También nos enteramos de que los alemanes son los que “más pisan el acelerador”, y los italianos, los más irrespetuosos con el resto de usuarios; pero no queda nada claro si estas son opiniones sobre ellos mismos, o resultados de una observación externa, y no de la encuesta. Por otra parte, es lógico que los alemanes vayan más rápido (que no es exactamente lo mismo que “pisar más”), ya que tienen una red de autopistas mucho más extensa y capilar. Habría que cotejarlo a igualdad de tipo de vía; y en sus carreteras convencionales, puedo dar fe de que no viajan especialmente rápido, así que…

Otra referencia, y me parece que de la propia cosecha de quien ha resumido el informe para redactar el comunicado de prensa, es que esas situaciones en las que nos alteramos o perdemos los estribos se detectan porque son aquellas en las que nos ponemos “a jurar y perjurar”. Como puede verse, el lenguaje clínico no es precisamente el utilizado como herramienta fundamental; pero bueno, una idea sí que nos vamos haciendo. Y el resultado es que, de nuevo sin saber si la estadística se ciñe a la salida de vacaciones o a todo el año en promedio, esta alteración afecta a un 70% de los conductores alemanes, al 62% de los españoles, al 61% de los belgas y sólo al 48% de sus vecinos holandeses. Como esto sí depende de la propia estimación de los encuestados, a su vez habría que saber qué es lo que entiende por “perder los estribos” un alemán en comparación con un italiano (de los cuales no nos dan el dato, por cierto).

Pero de los italianos sí sabemos que reconocen ser adictos a hablar por el teléfono móvil mientras conducen: un 34% admite hacerlo con frecuencia, y un 6% incluso que de forma rutinaria y habitual. Lo cual lo empalma el redactor del resumen del informe –es de suponer que ya por su cuenta- con que esta es una de las principales causas de distracción al volante, la cual a su vez es la causante de un 40% de los accidentes, dato que no tiene nada que ver con la encuesta sobre “perder los estribos”. Y no está claro si ello es en Italia o en toda Europa, porque con estos saltos de unas encuestas a otras, ya no sabemos muy bien (ni muy mal) en qué campo de encuestación nos estamos moviendo.

Ahora bien, parece ser que, ya puestos a encuestar, las preguntas no se ciñeron exclusivamente al tema de sentirse más o menos “alterado”, sino que metidos en gastos, también se preguntó sobre un asunto absolutamente novedoso: ¿qué piensan de las limitaciones de velocidad?; así, sin más, sin especificar (o al menos no se dice) si las actuales (que existen en toda Europa), o bien otras más o menos restrictivas. Pues bien, el resultado es que, sorprendentemente, un 75% tanto de españoles como de italianos, de belgas como de holandeses, están de acuerdo con la limitación; resulta muy curiosa esa coincidencia en el porcentaje. Al menos, sí es razonable que sólo un 20% de alemanes esté de acuerdo con ellas; en realidad, habría que puntualizar mucho más, ya que en Alemania hay límites en zona urbana, en carretera convencional (y con bastantes radares), en muchas zonas de autobahnen, y libertad en el resto de las mismas. Y un 32% de conductores de esta nacionalidad reconocen que les gusta “ir rápido” (se puede dar por seguro que se refieren a las autopistas); y lo de “rápido” es de lo más ambiguo, habida cuenta del parque de coches del que disponen y de las amplias variaciones de la densidad de tráfico en la red de autopistas.

Pero esta encuesta europea es como el manantial que no cesa, porque gracias a ella nos enteramos (al menos yo) de que existe un organismo, o entidad privada, que responde al título de “Observatorio Español de Conductores”; esto de los “Observatorios” es un campo que se ha abierto hace relativamente poco, y han florecido para los más variado temas susceptibles de ser observados. Que realmente tenga interés observarlos depende de muchas variables; y una de las más interesantes es distinguir si se trata de organismos oficiales a costa del presupuesto, o de entidades independientes cuya financiación podría depender de subsidios también oficiales, de aportaciones privadas de industrias relacionadas con el tema, o de una mezcla de ambas cosas. Es evidente que a quienes vivan de su actividad dentro de tales entidades, sin duda les parecerá muy interesante el trabajo que hacen; y no seré yo quien lo niegue. Sobre todo cuando podemos tardar años en enterarnos de su existencia y en conocer el fruto de su trabajo.

Pues bien, como corolario a esta encuesta europea, en el mismo comunicado se nos informa que, según el citado “Observatorio”, un 67,9% de los conductores españoles admite no respetar los límites de velocidad. Una vez más, me parece que una cifra a la vez tan exacta y absoluta, equivale a no decir nada; porque no ya ese 68%, sino el 100% nos los hemos saltado en alguna ocasión, bien sea voluntaria o inadvertidamente. De modo que habría que puntualizar si es de modo habitual y sistemático, y si es en alguna urbanización privada (10 o 20 km/h) en zona urbana (hemos tenido 40, 50 y 60 km/h), en carretera, en autovía o en autopista de peajes (aquí habría cifras para todos los gustos: pasadas, actuales y, muy de temer, futuras).

Otra aportación es que un 50,5% considera que los demás conductores (ellos mismos, por lo visto, no entran en el cómputo) son poco respetuosos con el resto de usuarios, sin especificar más acerca del tipo de respeto al que se refieren; pero démoslo por bueno. Y también nos enteramos de que el 51,6% reconoce no guardar la adecuada distancia de seguridad; este resultado sí que me parece fascinante, habida cuenta de que dicha distancia no está especificada absolutamente en ningún sitio, ni tampoco la forma de calcularla, más allá de aquello de “poder controlar el coche sin llegar a colisionar” con otros, o cosa parecida. Es decir, que ese 51,6% tienen la sensación de estar haciendo mal algo que no saben exactamente qué es; pero sí tienen la sensación de ir demasiado cerca del coche de delante. También esto habría que especificarlo si es en tráfico urbano más o menos congestionado, o se refiere a esos que, en carretera o autovía, se pegan al de delante sin intención de adelantarle, como si quisieran aprovechar su rebufo para ahorrarse un poco de consumo de combustible.

No obstante, el “premio gordo” de las pesquisas de este Observatorio –de las que nos enteramos colateralmente gracias a la encuesta europea- es que el 98,1% de los conductores españoles se considera “bueno o muy bueno al volante”; sí, han leído Vds bien: de cada 50, sólo hay uno que no se considere bueno o muy bueno conduciendo. Repuesto ya del soponcio, procedo a ejercitar la memoria y a tirar de archivos; es lo que antiguamente se decía en periodismo acerca de “ahí están las hemerotecas”, y que ahora tenemos a mano en un simple ordenador. Y utilizando el mío, he llegado a dar con los datos de otra encuesta de hace casi diez años, pero supongo que perfectamente válida en la actualidad; ya he dado una pista al citar la palabreja “amaxofobia” unos párrafos más arriba.

Porque a finales de 2004 se realizó un estudio relativo a este “miedo a conducir”, sobre 1.500 conductores de la Comunidad de Madrid. El resultado fue que exactamente 501 (o sea el 33%) reconocían sufrir dicha sensación en mayor o menor grado. Llegados a este punto, admito que no tengo mayor o menor interés en admitir como mejor o peor realizada una encuesta u otra; lo único que está meridianamente claro es que son absolutamente incompatibles, dando por bueno el hecho de que el conductor madrileño sea bastante representativo de la media nacional. Porque es imposible que haya al menos un 31% de ellos que reconozcan tener amaxofobia pero a la vez se consideren buenos o muy buenos al volante.

Claro que también pudiera darse el caso de que las encuestas estén perfectamente realizadas y luego (como ya he dado a entender en varias ocasiones) la labor de divulgación de sus resultados se encargue de destrozar por completo un trabajo de campo, e incluso de tabulación, que estén bien realizados. Pero entonces daría la impresión de que tanto quienes encargan como los que realizan esta labor lo hacen para comunicar los resultados completos y detallados a cuatro organismos muy discretos pero también opacos; y luego, para publicitar que están haciendo cosas, le pasan el “tocho” de ni se sabe cuantas páginas a una agencia de noticias para su difusión a la prensa. En la agencia, naturalmente, le cargan el mochuelo al becario de turno, advirtiéndole que el resumen no debe pasar de tantas matrices o líneas; de modo que entre el poco dominio del tema por una parte y el límite de espacio por otra, la nota de prensa sale como sale. Añadamos a esto que luego, especialmente en un medio de información general (pero también especializada), el redactor-jefe le dice al “currito” de turno que esa noticia, en 15 líneas y con una foto de archivo sobre tráfico. Y el resultado final podría ser ese del 98% peleándose con el 33%.

Así que, como conclusión, lo mejor sería que olvidásemos, no el tema de la encuesta, pero sí sus vaporosos resultados, y nos centrásemos en comentar sobre el fondo del asunto: ¿perdemos mucho, poco o nada los estribos en estas condiciones de tráfico congestionado, que puede ser simplemente de fin de semana, y no necesariamente el éxodo vacacional? Porque alterarnos, de algo a bastante, es seguro que lo hacemos; a nadie le gusta ir metido dentro de un tráfico denso en el que no acabas de fiarte de los que tienes alrededor (en esas circunstancias prolifera el dominguero), y con un ritmo de marcha que no es el que a uno le gustaría llevar.

A mí, particularmente, me altera muy poco; pero por la sencilla razón de que huyo como de la peste de viajar en esas fechas. Tengo la suficiente elasticidad laboral y familiar como para poder variar las salidas y entradas un par de días y quitarme de semejante problema, pero no todo el mundo puede hacerlo. Así que la pregunta realmente pertinente sería no tanto si perdemos o no los estribos, nos alteramos o juramos y perjuramos, sino qué tal conseguimos controlar esa situación, sin dejar que esa frustración nos altere tanto como para llegar a cometer estupideces al volante, o que nos suba demasiado la tensión arterial. Claro que la respuesta a tal pregunta seguiría estando cargado de subjetivismo.

Por otra parte, he citado lo del ritmo de marcha. En ciertos casos, y en función del nivel prestacional del coche que esté uno manejando, podría darse el caso de que el promedio general de marcha de un tráfico denso, sin llegar a congestionado, sea muy aproximadamente el mismo que nos gustaría llevar aunque la carretera estuviese muy despejada. Pero el promedio general sobre una distancia apreciable no es lo mismo que el ritmo de marcha sobre unos pocos kilómetros, o incluso cientos de metros. Porque casi nunca coincide el reparto del ritmo entre sus componentes: velocidad de crucero en recta, distancia e intensidad de la frenada, velocidad de paso en curva, y posterior recuperación o aceleración; y no digamos nada de cómo y cuándo realizar los adelantamientos (incluso en autovía).

De vez en cuando –es casi un milagro- ocurre que encontramos a otro conductor que calca muy aproximadamente nuestro ritmo de marcha; con dejarle entre 50 o 100 metros de hueco, por si hay imprevistos, podemos seguirle durante kilómetros y kilómetros. Aunque en carretera convencional acabará aprovechando muchos adelantamientos en los que nosotros no podremos llegar a pasar, lo que siempre alterará un poco nuestro propio ritmo. Por ello, y en la duda, yo siempre prefiero ir delante, sacarle un poco más de distancia de la antes indicada, y manejar los adelantamientos a mi aire; si se conforma con seguir más o menos a la misma distancia, santo y bueno. Claro que también podría darse el caso de que conduzca bien, pero con la manía (lo cual indicaría que ya no lo hace tan bien) de ir demasiado pegado a nuestra zaga; en tal caso, lo mejor es probar a estirar un poco para despegarle. Pero si se empeña en seguir, mejor darle paso y quedarnos a unos 300 a 500 metros, para manejar los adelantamientos a nuestro aire.

No obstante, y dado que sobre la densidad de tráfico no tenemos más control que el de variar nuestros horarios o fechas de viaje -si es que podemos-, lo mejor es procurar no hacernos mala sangre, dar el viaje por perdido en cuanto a disfrute al volante y realizar una conducción de control de daños; entendiendo por tal prevenir y evitar las potenciales situaciones de peligro, adelantando o dejando irse a los que parecen más peligrosos como compañeros de viaje, y poco más. Ahora bien, en condiciones de tráfico normal o incluso favorable, sí que surgen situaciones en las que uno se siente un tanto alterado por el comportamiento de otros usuarios de la carretera, que pueden viajar a más, menos, o la misma velocidad media que nosotros. Si es la misma, pero no nos gustan, ya lo he comentado antes: intentar despegarle y, si no se deja, que pase y se vaya unos cuantos cientos de metros por delante. Pero los problemáticos son otros: uno, el más rápido pero avasallador, que se te echa encima incluso cuando no hay posibilidad de adelantamiento (línea continua o tráfico de frente; es molesto, pero la situación dura poco, afortunadamente.

Los peores son los que van entre poco y mucho más lentos, pero no quieren colaborar, o hacen como que no te han visto, ignorando tu presencia en la carretera. Un coche más lento, pero conducido por alguien con educación, no molesta más que en un tramo de carretera con mucha línea continua, pero hay que admitirlo (además, no queda más remedio); en cuanto aparezca la oportunidad, facilitará el adelantamiento. El molesto de verdad, y ya lo hemos comentado aquí e varias ocasiones, es el que encima intenta dificultar todo lo posible el ser adelantado, tomándolo como una ofensa personal. En línea continua acentúan su lentitud, para acelerar unos metros antes de llegar al panel de “fin de prohibido”, a fin de cogerte desprevenido y sacarte ventaja hasta el próximo “prohibido”. O simplemente los que, con coche potente, aceleran para dificultarte la maniobra en una carretera perfectamente despejada; ¿qué complejos, traumas y frustraciones tendrán? Esta gente es la que de verdad te hace perder los estribos; o al menos, lo intentan con todas sus fuerzas.