En un lapso de 43 días, del 3 de Noviembre al 17 de Diciembre, he recibido un bombardeo de siete comunicados relativos a una misma encuesta, troceada en capítulos y enviada al cronométrico ritmo de uno cada semana. Cuando comprendí que ya había acabado el diluvio, pasé a unificarlos y preparar esta entrada sobre el tema en cuestión. Porque, a diferencia de otras encuestas, banales en su temática y poco fiables en su realización, la que ahora nos ocupa tiene, al menos, un elevado interés en cuanto a su tema central: el papel, peso y responsabilidad de los padres en la educación que reciben sus hijos para el aprendizaje de la conducción de vehículos a motor (automóviles, en la inmensa mayoría de los casos).

La encuesta es una más de las muchas que, con singular dedicación, patrocina GoodYear-Dunlop sobre diversos temas relacionados con la automoción y, muy específicamente, con la Seguridad Vial. El ámbito de la encuesta abarca 19 países europeos, y también de África y Próximo Oriente, habiendo sido consultados 6.805 domicilios: básicamente los padres, aunque parece que también, al menos en algunos temas, sus hijos; pero es posible que las respuestas de éstos estén sacadas de anteriores encuestas. En la tabulación que nos facilitan, y como viene siendo habitual, se entremezclan los porcentajes atribuidos al total de los consultados, al de los europeos y al de los españoles; me centraré básicamente en estos últimos, tomando también cifras europeas en ocasiones. En el fondo, creo que la relativa oscilación de los porcentajes importa menos que el asunto en sí mismo.

Un problema de esta encuesta es que su fiabilidad está condicionada por el hecho de que un colectivo (los padres) opine sobre sí mismo; es muy difícil que su opinión sea, no ya científica y ni siquiera neutral, sino mínimamente objetiva. Y tampoco serviría de mucho, aunque sí hubiese sido más interesante, la opinión de los hijos, al estar también sesgada por enfoques subjetivos. Complicado, pero de mayor interés, hubiese sido que un elevado número de profesores de autoescuela hubiese preguntado a sus alumnos acerca de lo que habían ido aprendiendo al observar o escuchar a sus padres; la impresión recogida por esos profesionales, neutrales respecto a la relación paternofilial, sí que habría sido de mayor interés.

Por otra parte, y como también viene siendo habitual en estas encuestas, nos encontramos con incongruencias en los porcentajes obtenidos en respuestas a temas muy similares; incongruencias que podrían provenir tanto de la opinión sesgada que los encuestados tienen de sí mismos, como de que las preguntas estuviesen planteadas de un modo insuficientemente claro. Así mismo, hay diferencias bastante notables en las respuestas a una misma pregunta entre diversas nacionalidades, incluso vecinas entre sí; sin duda la encuestación, aunque sobre un temario común, no se realizó en unos países exactamente igual que en otros, o bien sobre un campo de encuestados similares en sus condicionamientos sociológicas.

En los domicilios encuestados había hijos que podríamos considerar novatos, con edades comprendidas entre los 16 y los 24 años; lo cual no significa que todos hubiesen obtenido el permiso de conducir a los 16 o 18 años de edad, pudiendo haberlo sacado a edades más avanzadas. Pero lo que de verdad interesa es el tema en sí, las preguntas concretas, las respuestas aunque el porcentaje no sea muy fiable; y sobre todo, el hecho de tomar conciencia de que, durante un tiempo que puede oscilar entre 10 y 15 años, los padres son la influencia prioritaria, aunque quizás no única, que tiene un futuro conductor antes de pasar por la autoescuela.

Un primer aspecto, que confirma lo dicho en el párrafo anterior, es que un 62% de los padres españoles encuestados (y un 55% de los europeos), reconocen que conducen con más cuidado cuando llevan a sus hijos dentro del coche. Lo cual se refuerza con que el 50% de los españoles (51% de los europeos) creen que sus hijos les vigilan mientras conducen; no sé si la traducción por “vigilan” es correcta, aunque es seguro que se refieren a que les observan, quizás con la intención de imitarles en un futuro. En todo caso, el 31% cree que esta observación ya influye a partir de entre los 6 a 10 años de edad. Se me hace raro que un 20% crea que les observan, pero que esto no llega a producir influencia, o al menos hasta que tengan más de 10 años de edad. Pero lo que está claro es que al menos la mitad reconoce que cambia de actitud al volante al transportar a sus hijos; falta por saber si algunos también cambian aunque prefieran no reconocerlo, o incluso algunos lo hacen sin darse cuenta.

En cuanto a su comportamiento básico al volante, un 26% de los europeos admite tener malos hábitos, aunque todo depende de lo que entiendan por ello; pero cuando ellos mismos lo dicen, algo habrá. Y en este mismo sentido, un 32% de los españoles reconoce haberlos adquirido a lo largo de los años de práctica. Es decir, que al ir cogiendo soltura, alguna de los buenos comportamientos que observaban en un principio los han ido abandonando. A este respecto, justo es decir que algunos meticulosos comportamientos de un novato se deben más a inseguridad que a convicción, y tienen como consecuencia entorpecer el tráfico; y luego empiezan a hacer lo que todo el mundo, bordeando o saltándose en ocasiones la norma (con o sin peligro, esa es otra cuestión) en beneficio de la rapidez y la fluidez.

Pero volviendo a la interrelación entre padres e hijos, hay una mayoría que creen que sus hijos les consideran buenos conductores; aquí hay una doble asunción de hipótesis: ellos creen que sus hijos les consideran buenos conductores (y a lo mejor es sólo coba que les dan los niños, vaya Vd a saber), y en segundo lugar, es concederles a sus hijos la capacidad de distinguir entre buenos y malos conductores. En todo caso, el 51% del total de encuestados (de tres continentes, no lo olvidemos) cree estar bien considerado como conductor por sus hijos; porcentaje que sube al 76% en España y al 77% en el conjunto europeo. Así que una de dos: o los europeos conducen efectivamente mejor, o sus hijos son mucho más tolerantes con sus padres que en África y Próximo Oriente. Aunque a juzgar por las filmaciones del tráfico en El Cairo que solemos ver, no es de extrañar tal disparidad.

Una última reflexión sobre esta cuestión de los malos hábitos y su transmisión es que el 65% de los profesores de autoescuela creen que los malos hábitos de los padres al volante influyen en los hijos; quizás un tercio de los profesores (el resto) es demasiado optimista al creer que no influye. Curiosamente, y quizás para descargar su conciencia, sólo el 17% de los padres (no hay forma de saber si españoles, europeos o totales) admite que los malos hábitos de sus hijos sean heredados. Aunque ello podría interpretarse como que el resto (un 83%, nada menos) considera que sus hijos tienen muchos más malos hábitos que los simplemente heredados, y no se hacen responsables del conjunto de todos ellos.

Todo lo anterior sólo nos da una pincelada, sin duda interesante, respecto a la indudable influencia de los padres sobre los hijos; influencia que existe en casi todos los demás ámbitos de la vida diaria. Pero ahora vamos a pasar a analizar los aspectos más prácticos de la encuesta, aquellos de los que podríamos sacar conclusiones con una posible aplicación tanto al comportamiento de los padres como a eventuales mejoras en los sistemas de aprendizaje. Lo cual nos llevará irremediablemente al siempre espinoso tema de las autoescuelas, de sus sistemas de enseñanza y de lo que esperamos de ellas, y a cambio de cuanto dinero.

No ha sido fácil decidir un orden más o menos lógico en el que comentar los diversos temas tratados en la encuesta, que llegaron en un orden que no lo era demasiado. Así que he elegido el que voy a desarrollar a continuación; con la relativa tranquilidad de creer que, en el fondo, lo que interesa es tocar todos esos temas, aunque el orden resulte caprichoso o incluso anárquico.

Un primer problema con el que se enfrentan los padres –en el caso más frecuente, pero no exclusivo, de ser ellos quienes pagan y eligen la autoescuela- es que no tienen datos sobre los criterios de calidad para elegirla. Quiero entender que dichos padres consideran que deben existir unos baremos por lo que poder enjuiciar externamente la calidad de la autoescuela; cosa que yo no veo tan clara, excepto el porcentaje de aprobados que consigan en el primer, segundo o tercer intento de sus alumnos. Un 48% de los padres españoles considera difícil dicha elección de autoescuela, y el resultado final es que un 62% se acaba decantando por la proximidad a su domicilio; un 41% por recomendación de conocidos o parientes (lo que depende de la experiencia del recomendante, cuando a lo mejor no conoce más que una); un 40% lo hace en función del precio; y un 25%, por la cualificación de los profesores (ya me gustaría saber cómo la determinan).

Pero en lo que sí hay casi unanimidad es en considerar que son muy caras, ya que un 82% de los padres españoles coinciden en ello. Con lo cual no se hace sino seguir la tradicional pauta de considerar caro todo lo que debemos pagar, y una miseria lo que nos pagan por nuestro trabajo. También hay unanimidad en estar a favor de más enseñanza de Seguridad Vial en la escuela desde la más tierna infancia: así lo cree el 84% de los padres europeos, y el 72% de los españoles. En plan tal vez un poco pesimista, un 62% de los europeos cree que se está fracasando en este aspecto; quizás tengan razón. Lo que creo debería aclararse un poco mejor es si esta enseñanza se ciñe exclusivamente al comportamiento como peatón, que es lo que serán los alumnos durante cerca de diez años, o se hace extensiva a la participación activa en la circulación rodada: porque bicicletas, patines, ciclomotores e incluso microcoches (y éstos por parte de adultos) se pueden manejar sin haber pasado examen alguno.

Un aspecto concreto muy interesante es que a un 73% de padres les gustaría que se diesen más clases sobre conducción en condiciones climatológicas adversas; y un 70% opina igual respecto a resolver situaciones de emergencia, que más o menos viene a ser casi lo mismo. Aquí no se dice si se estaría dispuesto a pagar todavía más por una enseñanza que ya se considera cara; ya que estas clases prácticas exigirían, además de mucho más tiempo, unas instalaciones y equipamiento muy superiores a colocar cuatro palitroques para aprender a aparcar.

En paralelo con este asunto, la encuesta plantea una pregunta muy interesante, y de largo alcance: ¿estarían los padres de futuros conductores novatos a favor de recibir ellos mismos cursos de repaso sobre conducción (no se especifica si teóricos o prácticos)? Porque en respuesta a dicha pregunta, muchos padres lo considerarían oportuno, en función de los problemas a los que se enfrentan cuando se los plantean sus hijos, que ahora están aprendiendo. De hecho, sólo un 60% de los españoles (baja al 54% para los europeos) creen que aprobarían el examen si tuviesen que repetirlo en la actualidad (no se clarifica si se refiere al teórico o al práctico). Viene luego la cuestión de si estos cursillos “de refresco” (similares a los que son obligatorios cuando se pierden todos los puntos del permiso) deberían a su vez ser o no obligatorios cada cierto tiempo (seas padre de futuro novato o no, supongo).

Con lo cual volvemos a enfrentarnos al eterno dilema económico: el 64% estaría a favor, si bien a condición de que a cambio te rebajasen la prima del seguro. Porque un 68% de europeos y un 74% de españoles no estaría dispuesto a acudir a dichos cursillos, si no es a cambio de una contraprestación económica. Por lo visto, y teniendo en cuenta que se supone que los profesores (unos profesionales que viven de su trabajo) deben cobrar tanto si dan clases a novatos o a “repetidores”, esa condición previa parte del planteamiento de que las clases se las paguemos el resto de los ciudadanos, a base de que las clases a los novatos sean todavía más caras, o que a los demás nos cobren el seguro más alto (y a ellos más barato). Por ese camino no vamos a ir muy lejos.

Pasemos a otra cuestión: el control de los novatos. Y empezaremos por la dichosa “caja negra”, esa que ya llevan los vehículos de transporte pesado, y que registra los horarios, velocidades y, si incluye GPS, el itinerario realizado. Pues bien, el 46% de los europeos y el 44% de los españoles estarían a favor de su instalación en el coche de sus hijos, o el único de la familia si es para utilización compartida. Por cierto, en este aspecto, los padres italianos son más desconfiados, y el porcentaje de los partidarios de la “caja negra” sube hasta un 73%. Como es lógico, de su instalación (se supone que pagada al 100% por los padres) se esperan los lógicos beneficios, ya que el 57% de los padres españoles cree que el comportamiento al volante de sus hijos mejoraría al saberse controlados.

También aquí hay un aspecto espinoso: su obligatoriedad. La cual se refiere a la aceptación voluntaria por parte del hijo, ya que imponerla legalmente para todo novato, además de la “L” verde en la luneta, sería demasiado fuerte. El propio presidente de la Asociación Europea de Autoescuelas opina que la instalación de dicho aparato debería ser voluntariamente aceptada por el conductor novato, pues de lo contrario tendría demasiada similitud con la historia del “Gran Hermano” de la que ya hemos tratado repetidas veces en este blog. Claro que, de ser voluntaria, cabe la fundada sospecha de que los que más la necesitasen serían los que se opondrían a ser controlados. Así que la gran duda sería: ¿instalación voluntaria por parte del padre, o del hijo?

Un paso más en esta cuestión del control es la del permiso de conducir por grados, que pueden establecerse con distintos baremos. Pero sean del tipo que sean, un 42% de europeos y un 43% de españoles está de acuerdo con ello. No obstante, aquí la dispersión es notable, por no decir preocupante: en Rumania y Polonia, los partidarios suben hasta el 72% en ambos casos, mientras que descienden hasta un escaso 15% en Suecia y un despreciable 6% en el Reino Unido. ¿Todo el mundo entiende lo mismo en eso de “por grados”, o es que el nivel de confianza en los hijos tiene semejantes variaciones de un país a otro?

Otros sistemas de control incluirían la posibilidad de recibir unos informes periódicos de los progresos del alumno en la autoescuela, como en los colegios: un 53% de europeos y un 62% de españoles estaría a favor. Por pedir que no quede; pero esto supondría un encarecimiento, puesto que dicha evaluación supondría un trabajo extra para el profesorado, y eso habría que pagarlo. Claro que hay una solución más radical, pero quizás poco aceptable para dichos profesores: un 40% de europeos y un 44% de españoles querría poder acompañar en alguna ocasión a su hijo en el coche de la autoescuela, para verificar en vivo y en directo los progresos de su retoño. El peligro de interferencias con la labor del profesor es evidente, si el padre no se conforma con ir siempre callado. Más sugerencias: restringir el uso nocturno, o la circulación por autopista (mayor velocidad), o el número y edad de los acompañantes, o exigir la presencia a bordo de al menos un adulto de más de cierta edad. El problema es que todo ello exigiría un control unitario, sobrecargando la labor de las policías de tráfico.

Y ahora viene la asunción de responsabilidades por parte de los propios padres: en condiciones climatológicas adversas, sólo un 24% de los padres europeos y un 18% de los españoles se sienten seguros conduciendo; porcentaje que baja aterradoramente a unos 13% y 5% en el caso de las madres, según sean europeas o españolas. Así que, por lo tanto, nada tiene de extraño que los propios jóvenes, en un 42%, no se consideren preparados para enfrentarse al fenómeno concreto del “aquaplaning”; ¿y quien puede garantizar que sí lo está? Yo mismo me salí una vez de la carretera, y eso con un excelente tracción integral (Delta Integrale), al pisar un charco enorme en una curva a izquierdas, creado y oculto por la pared de la mediana, cuando el resto de la carretera ya estaba totalmente seco. Porque el problema no es sólo la pérdida de adherencia, sino la posible sorpresa.

Y ya como colofón, aunque no tiene demasiado que ver con la temática de esta encuesta, en ella se añade el dato de que tanto a nivel europeo como español, el 56% de los padres coincide en considerar que los límites de velocidad actuales son demasiado bajos. Es decir, que la problemática de falta de control y seguridad al volante, incluso admitiéndola como propia, no se relaciona directamente con la velocidad en valor absoluto, sino más bien con falta de técnica de conducción, sea a la velocidad que sea, y tanto más cuanto peores sean las condiciones, aunque la velocidad entonces sea evidentemente mucho más baja.

En plan de conclusiones hay que partir de una realidad que ya no depende de la opinión de padres, hijos o profesores: el accidente de tráfico es la causa número uno de mortalidad entre los jóvenes de 16 a 24 años de edad; su factor de riesgo es de dos a tres veces mayor que en el caso de los adultos. Y ahora ya según los propios padres, las causas de los accidentes de tráfico de los jóvenes son: para un 62%, el desprecio (supongo que en el sentido de minusvaloración) de las consecuencias del accidente; para un idéntico 62%, el conjunto de drogas/alcohol; y para un 49%, la inexperiencia. Lo cual no impide que las tres o cuatro causas puedan ir mezcladas, e incluso todas a la vez.

A pesar de ello, un 70% de los padres españoles y un 84% de los europeos creen que sus hijos conducen de forma responsable; y un 39% afirma que los jóvenes, en general, son más responsables que tiempo atrás, se supone que cuando ellos eran jóvenes a su vez. Es posible que algo de verdad haya en ello, a causa del continuo machaqueo sobre los accidentes de tráfico que hay en los medios de comunicación, y también porque para muchos de esos jóvenes, el automóvil ha perdido, en todo o en parte, el aura de fascinación que tenía para casi cualquier joven hace tres o más décadas.

Estas eran algunas de las conclusiones que se obtienen según los realizadores de la encuesta; ahora vamos a ver las que podemos sacar nosotros, a efectos prácticos. ¿Y qué es lo que, básicamente, acaban por pedir los padres entrevistados? Pues, en mayor o menor porcentaje, casi lo mismo que en este blog (y por mi parte, desde mucho antes): cursillos de perfeccionamiento de conducción para ellos mismos, bajo el manto de clases “de refresco”, poniendo el énfasis en la resolución de situaciones de emergencia, aspecto concreto que también se exige –quizás de forma un tanto prematura- para los propios novatos; y la aplicación de un permiso de conducción por grados, que ellos plantean en función de la edad, pero que podría e incluso debería hacerse extensivo a todo el colectivo de conductores, implantando un escalonamiento en función de la potencia o, quizás con mayor precisión, de la relación potencia/peso del vehículo que vamos a manejar. Si cualquiera no puede ponerse al volante de un camión articulado, aunque tenga permiso para turismos, tampoco debería poder hacerlo, y menos con 18 años, cuando se trate de un turismo de 600 CV.