Recorrer una carretera a pie, olvidando por unos días el automóvil, permite captar en todos sus detalles aspectos que conduciendo (aunque sea a 50 km/h) pasan inadvertidos. Hay detalles que ni se ven, y otros que se ven pero no se interiorizan; nos ocurre como a la moza gitana del trágico “Verde, que te quiero verde” lorquiano, a la que “las cosas la están mirando, y ella no puede mirarlas”.

Pero lo cierto es que allí estaba, a mediados de este mes de Noviembre: una señal de prohibición (no se sabe de qué, puesto que sólo está visible el tercio superior de la barra diagonal), aunque probablemente sea de aparcar o acampar, oculta en el centro de una generosa y muy densa zona de matorral, a cuyo alrededor no hay más que tierra compacta. Ya es casualidad que dicho matorral haya crecido con el poste metálico como epicentro; pero así es. Casualidad, fatalidad o jugarreta del destino para demostrar cuál puede llegar a ser el grado de desidia de los organismos públicos, y su personal de servicio, que teóricamente velan por el mantenimiento de una red viaria que pagamos entre todos.

Se trata de una carretera (denominada concretamente como “camí” en valençiá), más de tercer que de segundo orden, que sigue durante unos cinco o seis kilómetros la costa del norte de Castellón. ¿De quién es la responsabilidad de su mantenimiento? Con el actual tablero de ajedrez en el que se ha convertido la España de las Autonomías, podría ser municipal, de la Diputación provincial, de la Comunidad Valenciana o incluso estatal; aunque esto último no lo creo, ya que se supone que el Ministerio se ocupa específicamente de la Red principal, salvo que yo esté muy mal informado.

Una carretera de orden secundario a la orilla del Mediterráneo: entre una espesa y solitaria zona de matorral, asoma una señal de tráfico.

Una carretera de orden secundario a la orilla del Mediterráneo: entre una espesa y solitaria zona de matorral, asoma una señal de tráfico.

Llevo paseando a pie por dicha carretera del orden de unos 20 años, durante un corto período vacacional otoñal; ya sé que son unas fechas raras, pero precisamente por ello, una semana entre el verano y Navidad no viene nada mal para enfrentar los fastos de estas últimas fiestas. Y como digo, durante varios días, un paseo matinal nos lleva a recorrer dicha carretera, de tráfico muy tranquilo y lento, con buena visibilidad. Pues bien, es casi seguro que hace esos 20 años no había matorral, o muy poco; la señal, probablemente sí estaría ya. Pero el matorral empezó a crecer, y mientras se viese bien la señal, no me llamaba excesivamente la atención. Pero, con o sin atención, el matorral seguiría creciendo, sin duda. Y el año pasado no fuimos por allí; de modo que, al cabo de dos años, resulta que ya ha tapado más media señal. Y esto sí que me ha llamado la atención.

Pero también se la tendría que haber llamado, y no en el último momento, sino a lo largo de esos 20 años, al personal de mantenimiento de la carretera. No digo que a diario y ni siquiera semanalmente, pero qué menos que una vez al más, alguien de la entidad responsable pasará por allí; y son más de 300 veces, en números muy prudentes, para darse cuenta de lo que irremisiblemente iba a ocurrir. Aunque el caso no es único, puesto que en zonas urbanas o vías interurbanas de mucha mayor densidad de tráfico, aparecen ramas de árboles que van creciendo y ocultan señales o semáforos que pasan a resultar invisibles. Pero yo estoy aquí con mi matorral y mi estrangulada señal de no se sabe qué prohibición.

El perfectamente delimitado matorral parece gozar de mucha mejor salud que la conservación del firme de la carretera y su cuneta.

El perfectamente delimitado matorral parece gozar de mucha mejor salud que la conservación del firme de la carretera y su cuneta.

¿O quizás los funcionarios sí se dieron cuenta, pero lo consideraron irremediable? Al principio, no serían más que cuatro hierbajos, y no se les dio más importancia que a tantos otros de la zona. Y cuando la cosa ya se puso seria, y se notaba un fuerte crecimiento no sólo a lo ancho, sino también a lo alto, ya era un matorral de a lo mejor un metro de altura y tres o cuatro de diámetro. Y entonces la labor hubiese sido eliminarlo todo de cuajo, y levantar las raíces para que no se reprodujesen (digo yo). Y meterse dentro de dicho matorral para rescatar la señal con su cepellón de hormigón en la base del poste, y cambiarla de ubicación, ya hubiera sido una tarea muy difícil (salvo con maquinaria pesada), dada la densidad y dureza del matorral.

Y también podría ser que se trate de una especie protegida. En la misma carretera hay una zona de dunas entre ella y la playa, en la cual existe un tipo de vegetación dunar muy específica y totalmente protegida, señalada con carteles explicando cada especie. Pero son plantas que crecen sobre arena, mientras que aquí es un tipo de matorral mucho más común en apariencia, y sobre tierra pura y dura (bastante dura por cierto).

Por otra parte, tanto el mimo con la vegetación dunar por una parte (pongamos que su cuidado corresponde a Diputación o Ayuntamiento) como el otro cartel municipal sobre el cuidado de la playa, indica que cuando se quiere, o cuando hay campañas concretas sobre temas específicos, bien que se ponen carteles adecuados. Pero el mantenimiento de una carretera (o camí a secas) sin ninguna características específica más que la de ser vía de comunicación, parece ser que tiene menos tirón para las autoridades.

La dejadez del mantenimiento de la carretera contrasta con el cartel municipal: aunque la playa sea en realidad una gravera (se alterna con tramos de arena) se especifican todas las prohibiciones: animales domésticos (un tanto excesiva, me parece), acampar, tirar basura fuera de los recipientes adecuados, poner música a volumen excesivamente elevado, y una advertencia (no hay banderas de peligro ni vigilante con megáfono).

La dejadez del mantenimiento de la carretera contrasta con el cartel municipal: aunque la playa sea en realidad una gravera (se alterna con tramos de arena) se especifican todas las prohibiciones: animales domésticos (un tanto excesiva, me parece), acampar, tirar basura fuera de los recipientes adecuados, poner música a volumen excesivamente elevado, y una advertencia (no hay banderas de peligro ni vigilante con megáfono).

Y puesto que la carretera esté en general muy poco y mal mantenida (continuos parcheado de baches, que a los dos o tres años vuelven a aparecer), indica que no hay una voluntad específica de hacer un buen mantenimiento. O quizás es que, dada la actual crisis, los presupuestos no dan para más; vaya Vd a saber. Claro que el problema original proviene del asfaltado inicial: riego asfáltico directamente sobre la tierra, prácticamente sin una base de piedra apisonada que haga de sostén; base que, de existir, sería eso que los ingleses llaman “tarmacadam”, mezclando la denominación del asfalto o alquitrán (tar) con el apellido del escocés que ideó lo de echar guijo de piedra de mediano grosor primero, y apisonarlo para asfaltar encima. Dando origen a la actual de nominación de “tarmac” tanto para las carreteras de segundo orden como para el tipo de suspensión de asfalto (por oposición al de tierra) en los coches de rallye.

Pero aunque de muy tercer nivel, esta carretera tiene poco pero constante tráfico; incluso hay una línea regular de autobús (y autobús grande, de los de 11 metros de largo) que une la última urbanización de dicha carretera, hasta la población más importante (unos 20 km de recorrido total), atravesando la pedanía de la que forma parte el tramo de carretera con la señal fagocitada por el matorral.

Sea como sea, el matorral se ha comido la señal. Al paso que va, es muy posible que para el año que viene la señal ya no se vea. Y entonces, cuando vuelva a pasar por allí (así lo espero) ya no sabré si es que ha crecido lo suficiente como para ocultarla, o que alguien ha entrado en el matorral en plan bravío, ha serrado el poste, y se ha llevado la señal a otra parte. Misterio que tampoco me preocupa lo más mínimo; porque lo realmente asombroso ha sido el proceso de permitir, durante dos décadas, su progresiva desaparición.