Hace más de tres años que no se habla en este blog de la conducción en relación con el tráfico, y no ya con la máquina que manejamos. Y creo que no está de más volver sobre el tema, porque últimamente –digamos en esos tres años, poco más o menos- vengo observando un preocupante aumento de conductores que se dedican, consciente o inconscientemente, a estorbar el desenvolvimiento de otros, por lo general más rápidos que ellos. Son todo lo contrario de los conductores agresivos y avasalladores que, en condiciones de tráfico intenso o congestionado, aplican la táctica de “quítate tú para ponerme yo”, aunque no tengan posibilidades de avanzar ni más ni menos que el de delante. Pero una vez que consiguen asustarle y quitarle de en medio, ya han ganado un puesto en la fila, aunque al cabo de cinco minutos todo lo que han conseguido es, como mucho, avanzar de cincuenta a cien metros dentro de una caravana ininterrumpida de vehículos.

Pero en el caso al que me refiero se trata de todo lo contrario, como ya se ha insinuado: nuestro protagonista de hoy no hace apenas el menor intento por adelantar a nadie; pero sí por evitar ser adelantado, aunque podría dejar paso sin perder prácticamente nada de tiempo, pero prefiere –voluntaria o involuntariamente, como ya se ha señalado antes- obstruir el paso de quienes circulan con mayor rapidez, produciendo con frecuencia una “congelación” del tráfico y creando un espacio vacío por delante suyo, que no aprovecha ni él ni ningún otro. Lo cual puede desembocar en otro tipo de agresividad o avasallamiento: el del conductor que quiere que el de delante -que está creando mucho hueco o tarda mucho en llegar al siguiente adelantamiento- se quite de en medio, para poder pasar él, que va más rápido. Aquí ya estamos en un terreno mucho más viscoso, etéreo u opinable, porque se trata de matizaciones sobre una realidad: hay que dejar pasar. La cuestión es: ¿inmediatamente, o con calma? Y a su vez, existen múltiples situaciones y condicionantes.

Allá por el mes de Julio de 2010 se anunció, por parte del fiscal de Tráfico Bartolomé Vargas (persona, por lo demás, de lo más razonable en temas de tráfico, y tanto más dado su cargo) el anuncio de una vaporosa campaña contra los conductores agresivos y avasalladores. Es decir, se supone que se refería a los que se acercan mucho al de delante sin apenas darle tiempo a apartarse, dan ráfagas continuamente, tocan la bocina venga o no a cuento y, eventualmente, zigzaguean y se cuelan en un hueco más bien escaso, obligando a frenar al adelantado. Se supone que tal campaña estaba basada en la denuncia de los supuestamente agredidos, porque no hay guardias ni helicópteros suficientes para vigilar todo lo que ocurre en carretera, y menos para dar fe de si la maniobra denunciada es punible, o más bien a la inversa. Y se me abrieron las carnes, dado lo relativo, opinable y subjetivo de lo que ocurre en todas estas situaciones.

Finalmente, la citada campaña, como tal, parece que quedó poco más que en agua de borrajas (lo cual era de esperar), pero sí ha dejado una secuela: la denunciada en el primer párrafo de esta entrada. Y es que los conductores con vocación frustrada de guardia de tráfico se sintieron reforzados en su postura de erigirse en jueces de a qué velocidad se debe circular, al menos dentro de lo que ellos pudieran influir a la menor oportunidad que se les presentase. Con lo cual nos encontramos con que, casi siempre que hay un conductor que se comporta más o menos agresivamente en estas circunstancias, es porque delante hay un conductor que le obstruye; con buena o mala voluntad, que esa es una segunda parte, como ya hemos señalado un par de veces. Así que vamos a intentar ir desentrañando el tema, punto por punto.

Punto de partida: el conductor más rápido tiene derecho a adelantar siempre que haya una oportunidad razonable para hacerlo, incluso con independencia de si circula por encima o debajo de la limitación legal; en zona urbana y con tráfico intenso, aunque no congestionado, esto último ya es más discutible, aunque el caso no llega a plantearse más que en grandes avenidas. Segunda premisa: la distancia de seguridad es indefinible en su magnitud, ya que está en función del trazado y de la velocidad, en cada caso. Pero lo que está meridianamente claro es que el más lento molesta al más rápido, incluso en situaciones (línea continua) en las que no puede evitarlo; el rápido tiene que aguantarse, y acoplar su velocidad a la del lento, que por su parte sigue circulando a la marcha que le parece bien. Lo más que puede hacer el rápido es acercarse –demasiado o no, en función de criterios forzosamente subjetivos-, pero nada más; salvo que decida adelantar saltándose la línea continua, o por el carril derecho cuando hay dos o más, y posibilidad de hacerlo.

Por ello, y hablando muy en general, el lento debería ser todavía más exquisitamente amable que el rápido, puesto que él sí molesta, aunque sea involuntariamente, y no es juez de a qué velocidad deben circular los demás. Además, el Reglamento de Circulación le dice claramente que debe facilitar el adelantamiento, con independencia de a qué velocidad estén circulando tanto él como el que se le aproxima por detrás. Naturalmente, esto se tambalea cuando el que llega por detrás es uno de esos conductores avasalladores que parece que hubiesen comprado la carretera en exclusiva para ellos.

Pero este derecho a adelantar parece que no está tan protegido como el que supuestamente protege a los lentos a no ser molestados, aunque vayan obstruyendo el tráfico; la citada campaña, al no apuntar más que en una de las dos direcciones del posible conflicto, parecía abundar en dicho planteamiento parcial. Y es que la postura de la DGT, y esto desde tiempo casi inmemorial, es la de aplicar la ley del mediocre, la de “por debajo del 50%”, para que una minoría imponga su ritmo y su concepto del tráfico seguro a otros, que son muchos o bastantes más. Y además, sin sacar ningún beneficio a cambio, sino simplemente por satisfacer sus frustraciones, su ego o simplemente por no molestarse en facilitar la vida a los demás.

Así que vamos a intentar analizar las diversas posibilidades de encontrarnos en una situación en la que podrían tacharnos de avasalladores, cuando únicamente intentamos hacer valer nuestro derecho a circular a nuestro ritmo, sin más dificultad que la falta de colaboración, cuando no la obstrucción descarada, de alguien que circula más lentamente que nosotros. Y recordemos que, aunque sea algo que repetidamente hemos tachado de subjetivo, podrían acusarnos de agresividad por el simple hecho de acercarnos al coche de delante, condición indispensable si queremos realizar un adelantamiento.

Porque en una carretera convencional, tanto si es con tráfico fluido como si es intenso, para adelantar lo primero que habrá que hacer es aproximarse al de delante, ¿no? Con grandes rectas y buena visibilidad, lo ideal es llegar con la suficiente ventaja de velocidad para realizar un adelantamiento rápido y limpio; pero si se trata de una carretera más o menos sinuosa con tramos alternados de línea continua y discontinua, razón de más para ir cerca del de delante, si queremos aprovechar la oportunidad en cuanto se acabe la línea continua. Y si al que llevamos delante no le gusta que le sigamos más o menos de cerca a lo largo de ese tramo de línea continua -que no sabemos donde se va a acabar- ¿qué es lo que podría hacer, siguiendo las pautas de esa campaña que, por fortuna, parece haberse quedado en nada: denunciarnos? Vamos caso por caso:

Primer caso: carretera convencional, de dos carriles, uno para cada sentido de marcha. El coche de delante, en repetidas ocasiones, ha perdido la oportunidad de adelantar a un tercero, bien sea por llevar “poco coche” o por indecisión para realizar la maniobra. A su vez, si no nos acercamos, nunca le pasaremos, pero ¿y si nos denuncia por acosarle? Porque para adelantarle, ya que él no lo hace, habrá que aprovechar un hueco entre los que vienen de frente, más o menos lejanos entre sí; ahora bien, si nos mantenemos alejados del que llevamos delante, nunca adelantaremos, puesto que cuando finalmente aparezca un buen hueco de frente (salvo que sea enorme), primero habrá que enjugar la distancia de cortesía que estamos dejando, y esto requiere bastantes segundos y metros. Situación difícil de resolver; otra cosa es cuando vienes lanzado y puedes pasar aprovechando la diferencia de velocidad que traes, pero no es esto de lo que hablamos.

Segundo caso, también en carretera convencional: el conductor del coche de delante acelera cuando ya estamos cerca suyo, para que no podamos adelantarle. En principio, mala señal; pero se le podría dar el beneficio de la duda: iba distraído, y el coche de detrás le despierta. Si es capaz de despegarnos, santo y bueno, sobre todo si desaparece y no se le vuelve a ver el pelo; salvo que el que va detrás se “pique” y empiece a perseguirle a su vez, y ya la tenemos liada. Entonces el auténticamente agresivo sería el de detrás; si puede mantener su ritmo, ¿a él qué más le da si el delante decide ponerse a correr?; déjale que se vaya. Pero lo que con frecuencia suele ocurrir es que, al cabo de dos kilómetros, este último actúa como los ciclistas, “haciendo la goma”; una vez que ha impedido el adelantamiento, vuelve a su paso lento, se te vuelve a quedar delante, y vuelta a empezar.

Entonces, si no quieres que te amargue el viaje, lo suyo es pasarle –si tienes potencia suficiente y una buena oportunidad- y tirar fuerte durante otro par de kilómetros. Por lo general, en cuanto dejan de verte los pilotos y no les marcas las frenadas, pierden interés, y ya no les vuelves a ver. Lo malo es cuando simplemente se te pegan detrás, pero ya sin intención de adelantar, sólo para demostrar que pueden ir igual de rápido que tú; y tampoco vas a incrementar tu ritmo de viaje por su causa. De este tipo he tenido experiencias de intercambiar posiciones hasta tres veces; y ya no sabes qué hacer, porque si le fuerzas a que te adelante y se vaya, es frecuente que, una vez delante, vuelve a caer a su ritmo inicial.

Varía mucho según de qué tipo de carretera se trate: si es fácil y hay poco tráfico, no hay mayor problema por adelantarse mutuamente un par de veces sin peligro; y si con ello el otro acaba dándose cuenta de que o aviva el paso, o se queda atrás, o el juego va seguir, pues la cosa se suele arreglar, aunque hay excepciones. Este comportamiento es típico en conductores de mediana edad en adelante, al volante de coches potentes, pero no especialmente deportivos: grandes berlinas o SUV poderosos.

Si la situación es en carretera tortuosa, rara vez se plantea el problema de que te readelanten, una vez que les has conseguido pasar. Porque estos comportamientos son típicos de conductores poco hábiles, pero con coche prestacional; en zona de curvas, una vez que consigues pasarles, problema resuelto. Pero el problema reside en pasarles, y aquí encontramos un nuevo tipo, muy frecuente: el que acelera en lo fácil hasta la siguiente línea continua, y una vez dentro del “prohibido adelantar”, afloja; si la línea es corta, no pasa nada. Lo malo es si sabes que tiene dos o tres kilómetros, y ya te vas oliendo la tostada: éste me va a llevar a su paso durante todo ese rato. Es el conductor acomplejado y traumatizado al que le molesta que otro haga lo que él no puede, no se atreve, no sabe o no quiere hacer: ir más rápido de lo que él está yendo. Y esto es absolutamente independiente de si tanto él como nosotros estamos yendo por encima o por debajo del límite legal: es un problema de postura preconcebida.

Tercer caso: carretera convencional, con tráfico más bien despejado, pero con la mala suerte como para que detrás de un camión se haya acumulado una decena de coches, que llevan kilómetros sin adelantar, por la indecisión del conductor o la escasez de prestaciones del primer coche que sigue al camión. Llega un último coche más potente, y conducido de manera más experta; ¿qué debe hacer: adelantar, bien sea a todos si es posible y hay visibilidad, o en dos o tres saltos, o bien conformarse con quedarse el último y seguir así hasta la siguiente provincia? Porque esos diez coches, si no adelantan, deberían dejar hueco para ser adelantados; ¿cómo contempla esto la citada campaña: pueden denunciar al último si les adelanta?

En autovía o autopista, el asunto está mucho más claro. Hay dos tipos de obstructores: el primero son los que habitualmente van por la izquierda, aunque no lleven a nadie delante, y como mucho llevan la aguja en el límite legal (120 hasta ahora, o sea por debajo de 115 reales), y no se quitan porque esos sí que son auténticos “justicieros de la carretera”; nunca han cronometrado su velocímetro para saber el error que pueda tener, pero de todos modos deciden dictar su ley. Pero en todo caso, y mientras el otro conductor no haga ninguna maniobra peligrosa, sino que simplemente va más rápido, el delante no es quien para intentar impedirle que infrinja la norma de velocidad genérica: una cifra variable de país a país, o en el mismo país de época en época (aquí parece que va a subir a 130 de un día para otro), y siempre bajo las mismas circunstancias objetivas.

Así que, en una autovía con tráfico bastante despejado, ¿qué hacemos con ese coche que va por el carril izquierdo, sin nadie delante, a 120 km/h de aguja, y no se quita ni a tiros? Adelantar por la derecha es incorrecto, aunque es lo que hacen muchos para quitarse el problema de delante. Y darle ráfagas de luz, según la campaña, podría considerarse acoso; ¿habrá que seguirle hasta el infinito, o un poco más cerca? Y la otra posibilidad es situarnos cada vez más cerca de él, a ver si se entera; pero entonces de nuevo podríamos ser tachados de avasalladores. Mientras todos estos aspectos no se clarifiquen, o más exactamente se impongan por parte de quienes controlan el tráfico (Agrupación de Tráfico de la G.C.), el obstructor tiene de su parte no digo la letra de la ley, pero desde luego sí la lenidad de su aplicación, que siempre está a favor suyo.

Y luego está el que va por la izquierda un poquito más rápido que los del carril derecho, en el que cada 100 o 200 metros hay un vehículo, y le toma 20 o 30 segundos llegar de uno al otro, pero no se aparta para dejar pasar a otro mucho más rápido que él. La excusa es que “yo también voy adelantando”; sí, vale, pero podría apartarse a un hueco, sin necesidad de perder velocidad, dejar pasar al más rápido y volver a la izquierda para adelantar con toda parsimonia. Pero no quiere; porque lo que él quiere, en el fondo, es mantenerse delante. Y se nota su afán de molestar cuando, al llegar a un gran hueco en el carril derecho, situación en la que ya no tiene excusa alguna para no apartarse, en primer lugar tarda bastante en iniciar la maniobra de apartarse, superando al coche adelantado en muchos largos de coche, y luego la hace muy lenta y progresivamente, a lo largo de 100 o 200 metros, para fastidiar al máximo al que le sigue.

Ahora estamos en una autovía con tráfico intenso pero aceptablemente fluido, donde se circula a velocidad razonable: ¿qué defensa hay frente a ese conductor que, por el carril que sea, deja ciento y pico de metros de hueco con el coche que lleva delante? Cambiarse de carril no siempre es posible, y además podría denunciarnos por acoso el de al lado, al buscar un hueco; acercarnos al de delante tampoco vale, porque es acoso; y darle ráfagas o tocar la bocina, ídem de ídem. En muchos casos, si no en todos, el supuesto “acosador” es en realidad víctima del “obstructor”; podría denunciar al obstructor (con resultados dudosos), pero para entonces ya le ha fastidiado el viaje. Pues de esto no se decía ni palabra en esa campaña.

Luego está el conductor timorato, poco hábil, de buena voluntad y practicante, a conciencia o por pura intuición, de la “conducción defensiva”, consistente en procurar crear artificialmente en su entorno una “isla” lo más vacía de posible de tráfico. En carretera convencional lo único que hace es dejar mucha distancia hasta el de delante, o si alcanza al camión del que hemos hablado antes, quedarse detrás suyo durante kilómetros, iniciando una innecesaria caravana. Pero es en una gran avenida urbana, o en autovía, donde su actitud resulta más perniciosa: vaya por el carril que vaya, se coloca a una distancia del coche que lleva delante, pero en otro carril, insuficiente para que otro coche se cuele por dicho hueco (salvo haciendo una maniobra arriesgada), y se mantiene ahí, bloqueando dos carriles, y no sólo el suyo.

Esta actuación la realizan con frecuencia conductores del género femenino, por lo general más “prudentes”, y lo hacen de forma instintiva y sin mala voluntad, simplemente porque se sienten más seguras, ya que si por su lado llevan el arcén o el guard-rail, nadie les va a adelantar por ahí, y los que lo hagan tendrán que hacerlo dos carriles más allá, ya que el coche al que ellas escoltan tapona a su vez el más inmediato.

Conclusión final: los intentos por “enfriar” el tráfico son siempre a costa de que el conductor más rápido (por hábil y/o por coche) debe ceder de su derecho y acoplarse al ritmo del más lento, que no tiene más obligación que la placa azul cuadrada de velocidad mínima en autovía (50). ¿Acaso alguien recuerda una campaña en la que se recomiende no obstruir, facilitar los adelantamientos y la fluidez del tráfico? Pues mientras el fiscal general no añada este concepto a la anterior, mal vamos. Claro que la anterior ¿en qué quedó? En sugerir a la gente que denunciase, e incluso que llevase cámaras en el coche para fotografiar al presunto avasallador. No sé si se han presentado muchas denuncias, pocas o ninguna; esperemos que, al menos, no haya habido accidentes por ponerse a manejar, mientras se conduce, la cámara delatora (y esto, a su vez, ¿no sería conducción temeraria o imprudente?).