Me perdonarán los blogueros que han comentado mi primera colaboración que no responda, al menos de momento, a sus comentarios; eso sí, agradezco el saludo de quienes, al menos de leídas, me reconocen, y dejaré pasar unos días antes de puntualizar sobre algunos detalles interesantes que han salido a la luz en dichos comentarios. Pero uno de los peligros de un blog, entre otros, es que si tanto el autor como los participantes nos encelamos con un tema, podríamos estar un mes entero dándole vueltas. En este caso a los viajes de nuestros padres y abuelos, y aunque sea un tema fascinante, que lo es (quizás por eso lo saqué en mi primera colaboración) hay muchos otros no menos atractivos, y como suele decirse, en la variedad está el gusto.

Y de acuerdo con este planteamiento, voy a dar un salto y a pedir que, ¡por favor!, arranque de una vez la temporada 2010 de Fórmula 1. Y no lo digo tanto, aunque también sea del máximo interés, por ver cómo queda (al menos en sus primeros compases) el escalafón de pilotos y escuderías, cuanto por que se acalle de una puñetera vez la algarabía que estamos teniendo que soportar desde hace ya demasiados meses. Algarabía en la que participan pilotos, jefes de escudería, directores técnicos, padres, tíos y primos de los pilotos, todo el personal de la FIA, Bernie Ecclestone y sus comparsas y también, entonando un “mea culpa” aunque no me sienta solidario con ellos, cantidad de periodistas o informadores deportivos, de los cuales solo unos cuantos (y me precio de conocer a casi todos estos últimos) entienden de automóviles y de Fórmula 1.

Me alegro, como la totalidad de los aficionados españoles, de que Pedro Martínez de la Rosa haya conseguido, por fin, el volante que tanto se merecía desde hace tiempo; pero es una lástima que ello nos prive de oír cuando menos una voz sensata, documentada y educada, y no todo el rato “Alonso por aquí, Alonso por allá y Alonso contra todos”, como si el resto de los pilotos fuese una partida de facinerosos sin otro objetivo que estropearle la carrera a nuestro caballero de la brillante armadura. Por supuesto que a mí también me gusta que Alonso gane, y espero que este año se le dé bien, e incluso que, con suerte y por supuesto que por méritos, vuelva a conseguir el entorchado mundial. Pero, caramba, hay que tener un poco más de fair play, y aceptar que los demás también tienen derecho a intentar ganar una carrera. Por cierto, puesto que este año vamos a tener nada menos que tres pilotos españoles en liza, es de esperar que tanto comentaristas televisivos y radiofónicos como informadores periodísticos sean razonablemente equilibrados, y repartan juego por ambas alas, y no solo por el centro del campo.

Y es que, aunque no hayamos llegado al nivel del tenis actual, en el campo del automovilismo deportivo ya hemos superado la fase que a su vez tuvo el tenis, cuando para nosotros todo era o Santana, o nada. Carlos Sainz acaba de ganar, por fin, el merecido Dakar, Dani Sordo se afirma cada vez más en el equipo Citroën, y hay tres compatriotas en la Fórmula 1. Ya he manifestado mi admiración por ese caballero que es Pedro de la Rosa, así que ahora aprovecho para enviar un abrazo a la familia Alguersuari, y en concreto a Jaime (padre); ya que con él es con el que, por evidentes motivos generacionales, he mantenido un mayor contacto a lo largo de los años. Bueno, y para ser fiel con el calendario, tanto o más lo tuve también con el abuelo “Don Paco”, el hombre que con su Vespa llegaba a todas partes, siempre a tiempo para hacer la foto oportuna.

Pero volvamos a lo que ha pasado últimamente en la Fórmula 1; de entrada, y como en casi todo, allí donde hay mucho, incluso demasiado dinero en juego, las cosas se envenenan. Recuerdo, no por haberlo observado en directo, aunque sea coetáneo de la época, pero sí por haberlo leído en su momento, que cuando se corría la Temporada Argentina (finales de los 40 y principios de los 50), previa a que empezasen las competiciones en Europa, toda la farándula del monoplaza de competición se reunía en el puerto de Génova, cargaban los coches en un transatlántico de las líneas italianas, y para Buenos Aires que se iban todos, en amor y compañía. Allí se reunían los ingleses con sus Connaught, Cooper, HWM, ERA y Alta, los italianos con sus Ferrari, Maserati y Alfa-Romeo, los franceses con sus Gordini y los alemanes con lo que tenían a mano, pues todavía Mercedes no había dado el do de pecho (hubo que esperar hasta 1954). Durante las dos semanas de travesía, y puesto que no había nada mejor que hacer y todos eran amigos, se emborrachaban juntos, le levantaban la novia al que andaba un poco despistado, y después de un día de ayuno y abstinencia previo al desembarco, luego corrían unos contra otros como si les fuera la vida en ello. Bueno, a Jean-Pierre Wimille, sin duda el mejor piloto francés de la época (y héroe de la Resistencia francesa contra los nazis, haciendo de enlace rápido al volante de su coche), sí que le fue la vida en ello: la perdió en Argentina, en un accidente bastante estúpido (¿y cuál no lo es?).

Comparemos con los tiempos actuales, cuando los pilotos no sólo tienen entrenador físico (es razonable), sino también psicólogo, representante y agente de prensa, y cuando se dice que el mayor enemigo que cada uno tiene es su compañero de escudería, al que hay que batir sea como sea. Y si no es en la pista, al menos en las declaraciones, como ya vimos al inicio de la pasada temporada con los Nelson Piquet (padre e hijo), que amenazaban con comerse crudo a Alonso desde la primera jornada de entrenamientos. O lo que está ocurriendo ahora con Massa (felizmente recuperado de su accidente en Hungría), que está día sí y día no dando la vara con que si es o deja de ser segundo piloto respecto a Alonso.

Lo cierto es que el panorama empezó a ensombrecerse con el tira y afloja entre Alonso y Hamilton, y con la falsa y tan cacareada igualdad en McLaren entre sus dos pilotos; y si no, que se lo pregunten a Kovalainen respecto a la pasada temporada, y es de temer que a Button en esta que empieza. La cosa fue a peor con el escándalo del espionaje de McLaren a Ferrari; tuve la santa paciencia de leerme las noventa y tantas pantallas con todos los textos del juicio, y aquello era como lo de “Aquí hay tomate”. Y qué decir del asunto de Max Mosley y sus jueguecitos sadomasoquistas, cuyo montaje y posterior conocimiento público, según cuentan lenguas afiladas pero bien informadas, fueron el “regalito” que le devolvió Ron Dennis a cuenta de lo del espionaje. Y en medio de todo ello, la figura de Bernie Ecclestone, todo el rato contando sus millones pasados, presentes y futuros (estos ya menos, desde que su “ex” yugoeslava le levantó la mitad). Un Bernie que no se recata de estar continuamente haciendo declaraciones que no le corresponden, como aconsejar qué escudería tiene que fichar a tal piloto, o qué cambios hay que hacer en la reglamentación deportiva o en el sistema de puntuación, como aquello de las medallas en plan olímpico.

¿Y qué decir del cachondeo de los dobles difusores traseros del año pasado? Ross Brawn, que ha demostrado ser más listo que los ratones coloraos, formó parte del trío que definía sus cotas y conformación, y dejó una redacción lo bastante ambigua como para que la letra permitiese trampear el espíritu; prueba de ello es que también Toyota y Williams hicieron algo parecido, aunque no tan eficaz. Y los pánfilos de la FIA, con el “pastelero” Charlie Whiting al frente, no quisieron darse por enterados a las primeras de cambio, ya en los primeros entrenamientos de pre-temporada. Y para cuando se quiso reaccionar, Button ya había ganado seis de las primeras siete carreras; ¿quién le echaba entonces lo que hay que tener para descalificar al equipo Brawn? Lo cierto es que lo más sensato lo dijo, en el juicio que no sirvió para nada, un abogado de Ferrari: “Señores, yo no soy técnico, pero aquí hay algo muy claro: en el difusor de Brawn hay un agujero que comunica la parte de arriba con la de debajo, y en el reglamento dice que no puede haber comunicación; y en mi diccionario, un agujero es un agujero, y no hay más que hablar”. Pues como si nada; no le hicieron caso, evidentemente, y ahora estamos, para la temporada 2010, con difusores que según cuentan (porque los esconden todo lo que pueden) no son ya dobles, sino incluso triples o cuádruples. Pero para rizar el rizo del ridículo, ya se ha llegado al acuerdo de que, para 2011, estarán totalmente prohibidos los difusores dobles, dándole la razón al abogado de Ferrari: serán sin agujero.

Y tampoco está mal lo de los nuevos equipos: en algún momento, se han sembrado dudas acerca de la viabilidad de todos y cada uno de ellos: Virgin, Lotus, US-F1 y Campos-Meta. ¿Será posible que en España no seamos capaces de saber, al menos a las alturas en las que escribo estas líneas, si “nuestro” equipo se llamará Campos, o Meta, o ninguna de las dos cosas, o si llegará siquiera a correr, o si le ha pagado o dejado de pagar a Dallara? Y todo ello días, por no decir semanas, después del teórico límite para que todo estuviese definitivamente aclarado. Y luego se nos descuelga Jean Todt diciendo que algunos equipos se podrían perderse no ya los entrenamientos de pre-temporada, sino incluso las tres primeras carreras, pero que no pasa nada; para que al día siguiente la FIA lo rectifique y diga que sí pasará, pero sin aclarar lo que pasaría.

Y en cuanto al baile de los pilotos, para qué hablar: el numerito de lo de Schumacher y su cuello es lo de menos; ojalá esté en plena forma y colabore a darle emoción a una temporada que, en lo deportivo, parece que va a ser la mejor en mucho tiempo. En cuanto a si Hamilton se comerá a Button crudo o con patatas está por ver, pero de momento ya ha hecho correr ríos de tinta. Y con lo que se ha tardado en aclarar lo de las escuderías (bueno, es que todavía no se ha acabado de aclarar), tampoco están al completo las plantillas de todos los equipos, y ahí andan los que todavía no tienen volante haciendo más declaraciones que las folclóricas cuando están “a la zarpa la greña” unas con otras. Tanto Nelsinho Piquet (al que no le gusta el diminutivo, y quiere que le llamen como a su padre) como Ralf Schumacher y Villeneuve, andan echando la caña por si cae algo, o al menos para salir en la prensa escrita y electrónica, a fin de que no nos olvidemos de ellos.

Y llegamos a la colaboración de la prensa en todo este festival de palabrería, vacía en la mayor parte. Será tirar piedras contra el propio tejado de la profesión, y justo es reconocer que llenar todos los días un par de páginas en un periódico deportivo, haya o no haya noticias dignas de publicarse, es muy duro. Pero, personalmente, nunca he sido partidario de ese viejo y cínico aforismo que circula en la profesión y reza así: “No permitas que la realidad te estropee un buen titular”. Y allá que va más de uno, tras de cualquiera de las jornadas que hemos tenido en Cheste y en Jerez, con titulares de esta índole: “Alonso aplasta a Schumacher”, o bien “Alonso no brilla sobre suelo mojado”, para luego, dentro del texto, decir lo que todos sabemos: que los tiempos de estos entrenamientos no es que no sirvan para nada, pero hay que tomarlos con pinzas, porque no sabemos ni con qué carga de gasolina iban en cada momento, ni qué tipo de neumáticos montaban (lo del color verde en las más blandas es para cuando empiecen las carreras), ni qué reglajes aerodinámicos llevaban cuando hicieron el mejor tiempo, ni el ritmo mantenido en tandas largas, ni…

Pero la cuestión es poner titulares rimbombantes y hacer frases espectaculares, cargadas de adjetivos llenos de hipérbole; como ejemplo, hace unos días y en un periódico de máximo prestigio, pudimos leer algo relativo al “potente difusor” de un coche. Y me pregunto yo: ¿cómo demonios puede ser potente un trozo de fibra de carbono que se está más quieto, respecto al coche, que un Don Tancredo en una plaza de toros? Podrá ser eficaz, complejo, vistoso, o cualquier otro calificativo estético; pero potentes, en sentido puro, en un Fórmula 1 no hay más que dos elementos: el motor, por lo que empuja, y los frenos por lo contrario, o sea, por la energía que son capaces de disipar en un mínimo tiempo. Pero es que cuando algún joven y entusiasta recién llegado a la profesión se pone a “crear idioma”, es para echarse a temblar: como el caso de una firma que, también en un diario prestigio, se empeña desde hace unos pocos años en que el recorrido que una moto hace entre dos pasadas consecutivas por meta se llama “viraje”, en vez de vuelta o giro. Todavía no se ha enterado de que viraje se ha aplicado toda la vida a una curva más bien cerrada o, al menos, bastante pronunciada, por contraposición a lo que llamamos simplemente curva, que es la de radio más abierto, menos grados de giro y que se toma a mayor velocidad. Y ya puestos, nos queda “horquilla”, que es todavía más lenta y pronunciada de casi 180º de cambio de trayectoria.

En fin, volvamos al principio: que la temporada empiece pronto, que se serene la algarabía y, a ser posible, empecemos a recibir buena y bien fundada información.

Estoy seguro de que, al menos aquí en Km77, Ramiro Mansanet se encargará de que así sea.